Siempre he visto el mundo del flamenco como una gran familia, y creo que lo es. Una familia grande y repartida por todo el mundo. No bien avenida, porque siempre hay algo que perturba la buena armonía y rompe el buen rollo. Recuerdo que una mañana un nieto de Manuel Cagancho, el mítico cantaor de Triana, me decía en la taberna de José Lérida que su abuelo reunía a todos los vecinos del corral donde vivía para limar asperezas entre ellos y que la Navidad, al menos, sirviera de borrón y cuenta nueva. Guisaban una berza, ponían en una mesa dulces y una garrafa de vino y cantaban villancicos y campanilleros hasta el amanecer. Cantaban, bailaban y tocaban la guitarra, y si alguien del corral estaba enfermo y no se podía unir a la fiesta comunitaria, lo visitaban en su accesoria y le cantaban “Mare, en la puerta hay un niño…”, y aquí paz y después gloria.
Desconozco si esto ocurre en algún otro género artístico, aunque lo dudo. ¿Alguna vez han vivido la Navidad en Triana o en Jerez de la Frontera, cuando de verdad los flamencos estaban unidos? En Triana ya no queda casi nada, pero en Jerez sí. No lo digo por las zambombas, que actualmente es un asunto que no me interesa casi nada, sino porque en la tierra de La Macarrona y Chacón hay aún un espíritu flamenco que anima a vivir no solo la Navidad, sino la Semana Santa y la Feria, en flamenco. Un cantaor de fama me llamó hace unos días al móvil para decirme que estaban de fiesta en su casa y aquello era una gloria, aunque fuese por teléfono. Te invitaba a dejarlo todo y a meterte en el coche camino de esa tierra tan flamenca.
Cuando yo era solo un niño y vivía en Palomares del Río, en los años sesenta del pasado siglo, bastaba que alguien cantara un villancico para que los convecinos se animaran y se unieran a la fiesta. Se sacaban las botellas de aguardiente y de coñac, la poca comida que hubiera en casa, los dulces y se avivaba la candela del corral, y a disfrutar de la fiesta. Todo el pueblo era una gran familia y cuando había roces o rencillas, alguien hacía como Manuel Cagancho: sentaba en torno a una mesa a las dos partes y arreglaba el asunto con esta soleá:
No haya penas en Triana,
que nunca han servido de nada:
una pena no es tal pena
mientras haya buenas almas.
El cantaor aficionado Tragapanes, de la familia de Cagancho, me dijo una noche en Torres Macarena que en Navidad no había penas en el arrabal sevillano. Y que si había alguna, se arreglaba enseguida. Me encantaría que reinara ese espíritu estos días, que no hubiera penas, que en todas las casas de los flamencos reinaran la alegría y el compás y que nos ocupáramos de los más necesitados, que los hay. Porque no es oro todo lo que reluce en este arte, como imaginarán.
Felices fiestas.