El fin de año es un momento para mirar hacia atrás y evaluar el balance de lo acontecido, mientras intentamos vislumbrar el futuro a través del prisma del pasado. No es posible olvidar aquella víspera del nuevo año cuando el popular Torta de pronto nos dejó, justamente cuando todos estábamos preparándonos para celebrar: “imprevisible incluso para eso”, decían algunos de los admiradores del cantaor.
Más atrás, en el año 2002, un joven festival flamenco en Grenoble, Francia, celebró la tercera edición de lo que iba a ser una cadena de continuidad que, desgraciadamente, debido a problemas de logística, no se plasmó más allá de aquel año.
En aquella edición final, había un programa espléndido que incluía a figuras como Chaquetón y Fernando Terremoto, además del brillante bailaor y percusionista Manolo Soler, los tres ya desaparecidos. Un buen surtido de jóvenes cantaores emergentes, Antonio Reyes, Melchora Ortega y Ezequiel Benítez, y los notables guitarristas Pascual de Lorca, Moraíto, Jerónimo Maya y el maestro Paco Cepero también participaron. En la primera comida compartida, me sentí pequeña al ver a tantos intérpretes destacados en un solo sitio para un festival relativamente desconocido en una ciudad más pequeña que Jerez.
Pero la sorpresa más grande fue la presencia de Juan Moneo Lara ‘El Torta’ que encabezaba el programa. Figura de culto en Jerez y otros sitios, irregular pero con destellos de arte de altura, imprevisible, con una personalidad cariñosamente quijotesca. Es otro de los que se nos fue pronto; hace exactamente cinco años la Nochevieja del 2013. En Grenoble logré entrevistarlo de manera informal mientras cenamos una noche en una larga mesa comunal donde fluían copiosamente el vino tinto y la conversación. Debido al entorno ruidoso, no fue el lugar idóneo para recoger las palabras del Torta, aunque hablaba a gusto y con sinceridad, claramente deseoso de comunicar sus ideas.
Nacido en Jerez de la Frontera en 1952, este cantaor de la venerable familia de los Moneos, ganador del premio por soleá en el concurso de Mairena de 1972, hacía poco había superado problemas personales para resurgir como uno de los grandes intérpretes del flamenco tradicional.
Le pregunté si había aprendido exclusivamente mediante la transmisión oral, y explicó que había escuchado algunas grabaciones, “muy pocas”, pero que estaba decidido a ponerse a trabajar en serio y estudiar a los cantaores legendarios como Mojama, Manuel Torre, Talega, Terremoto, el Chocolate, Agujetas, Manolito de María, Tomás Pavón y La Niña de los Peines. También dijo que algunos de los versos que cantaba eran suyos, basados en su propia vida, mientras que otros procedían de “amigos”.
Cuando le pregunté si era verdad que Camarón era reacio a cantar en su presencia, se reía y dijo que era verdad, “pero no del miedo, porque Camarón era un genio, una leyenda viva”. Los dos eran buenos amigos e iban a escucharse mutuamente siempre que fuera posible. En un entorno íntimo, el Torta pediría a Camarón que cantara, pero este siempre prefería acompañar a la guitarra a su amigo de la Plazuela.
En cuanto al flamenco en Jerez, destacó que su ciudad natal tiene un “algo” especial, un duende diferente a los demás sitios, pero gentilmente añadió que “todos somos seres humanos con las mismas emociones, y puede salir cualquiera de cualquier lugar del mundo cantando muy bien muy bien y mejor”.
Expresó su preocupación por lo que él veía como un interés menguante en el cante flamenco clásico, mientras que los derivados superficiales lo estaban sustituyendo. Empleó palabras como prostitución y corrupción para describir el proceso de decadencia, a la vez que consideraba posible que el flamenco tuviera una continuidad creíble, aunque fuera para una minoría, “como una reliquia valiosa, un patrimonio artístico que quedara bajo llave”.
Aquellas palabras del Torta me parecen un buen colofón para terminar el año, y desear a todos los lectores un próspero año 2019 lleno de flamenco.