Si evocamos al Niño Miguel en el siglo XXI, habría que situarlo más cerca de la afición ciudadana que de la profesionalización y consagración como figura de la Guitarra. Miguel era una persona de a pie, aficionado al deporte, gustoso de jugar al dominó, a los futbolines, a charlar con los amigos, a cantar cualquier canción popular de su época, etcétera, pero sobre todo, un amante y adicto de la guitarra, muy por encima de un aficionado cualquiera. Era tal su afinidad a este instrumento, que logró rebasar en creación y ejecución la barrera que se impuso en su época. Y afirmar esto no es colocarlo en una escala de valores que le diese una puntuación, que por supuesto ya le era alta de forma innata, pues no tocaba mejor ni peor que cualquiera de aquella gama de artistas, sencillamente creaba y hacía sonar el instrumento con una impronta inconfundible.
Emprendió su carrera en los setenta y consiguió el salto a la fama, pero la vida no tardó en apartarlo de la misma. Más tarde, tuvo que crear e improvisar con dos, tres…o las seis cuerdas, no mejor ni peor, sino de forma diferente y peculiar. No tiene nada que ver con la música de Paco de Lucía, ni la de Manolo Sanlúcar, ni de la generación de los grandes maestros que precedieron el toque actual, de la que bebieron excelsos genios. La música de Miguel es otra, atípica e inusual, plagada de semitonos y acordes con cejillas y medias cejillas en los más agudos segmentos del mástil, en los más estrechos y cercanos a la boca del instrumento; arpegios de dos, tres, cuatro y cinco notas, a veces ascendentes, en ocasiones a la inversa; acordes polifónicos seguidos de golpes en la madera, silencios, combinación de ambos, fusiones de trémolos y picados por esos arduos tramos del diapasón. Su conocimiento del mismo y la armonía quedó plenamente demostrado, porque Miguel improvisaba no sólo la música, sino algo mucho más inusual: la afinación de la guitarra. Existe una afinación estándar con la que se toca todo, quizá con alguna variación para la Rondeña, y otras más modernas como los tangos del trabajo “Siroco” de Paco de Lucía, donde la guitarra está completamente trasportada. Miguel, ambulante por su Huelva, ya alejado de sus trabajos discográficos, de su lejana y malograda carrera, caído en la desgracia y la indigencia, cuando le faltaba alguna cuerda y quería tocar una pieza, afinaba la guitarra de forma matemática pero imprevista, como un acto que roza lo sobrenatural. Apretaba o aflojaba una u otra cuerda de las que dispusiera (menos de las seis obligatorias, claro está) para encajar en la escasez de recursos sonoros la música que en ese momento desfilaba por su mente; como si hubiese que aprovechar un bien escaso, que en circunstancias de carencia, no puede faltar a nadie. Así las cosas, podía tocar por ejemplo la Malagueña de Lecuona con seis, cinco, cuatro, o tres cuerdas, tan sólo con buscarle la exacta tensión a las pocas que le quedaban ¿Cabe imaginar mayor genialidad? Y no puede decirse que ese conocimiento fuese producto de sus horas de estudio precisamente, porque si le faltaban cuerdas, era por su escasez de medios para comprarlas, y cuando se vive de esa forma no se estudia la guitarra, se toca para comer.
Él, creador de obras con alto nivel de técnica y otras que no exigían tanta destreza, consiguió siempre un resultado unánime: una melodía empapada de sentimiento, que evocaba siempre pena, melancolía, tristeza, nostalgia y anhelo de algo no concretado en el pensamiento. Nunca ha dado el flamenco un guitarrista más original, más desigual y rotundo.
Hablamos de un artista profesionalizado que elude aeropuertos y escenarios, diferente al hombre de mundo, de luminotecnia, público masificado y vehemencia ejecutora. No sería esa su forma de vida ni su música, y tampoco él así lo quería. Desdeñaba las aglomeraciones, le agobiaban los largos viajes, creo que incluso la fama. Las Colonias, El Torrejón, El Carmen, El Conquero y El Puerto fueron sus cinco continentes.
El sustrato musical que lanzó a la estimación del Niño Miguel como un genio de la guitarra, fueron sus dos trabajos; ésa fue la mano que destapó la olla de su esencia. Un tema de su primer disco que ocasionó impacto fue “Brisas de Huelva” Toda una obra maestra. Opino sin temor a errar que es la mejor composición por fandangos de Huelva que se ha hecho para guitarra. Algo irrepetible; una pieza con tres trémolos, uno de los cuales podría ser todo un estilo de fandango, listo para ser cantando, y bautizado como el “estilo de Miguel Vega”, al igual que el de Rengel o el de Pepe “La Nora” por ejemplo
Por supuesto, y eso no creo que ningún guitarrista lo discuta, Miguel Vega El Niño Miguel ha sido el mejor creador y ejecutor en el toque por Huelva, en el fandango “por arriba”. En esa modalidad tenía una gracia que nació con su propia persona y era por completo intransferible. Para tener esa percepción es imprescindible haberlo escuchado en persona. No existe descripción posible. Hoy la guitarra supera en técnica a este onubense, pero en creatividad anda muy lejos.
Francisco Cuaresma