Una de las figuras del cante andaluz que más me han interesado siempre ha sido Juan Breva, el veleño universal, del que este año habrá que conmemorar el centenario de su muerte, ocurrida en Málaga el 8 de junio de 1918. Fue un cantaor de los verdaderamente grandes, y no solo de cuerpo –cuerpo de gigante y voz de niña, al decir de Lorca–, sino de estilo. Uno de los pioneros del arte del cante jondo, creador y difusor de distintas músicas del cante malagueño. Y uno de los primeros profesionales de este arte, pero de los de verdad, de los que llenaban cafés y teatros en la capital de España cuando aún vivían Silverio, Paco el Gandul o el Canario de Álora. Cuando llegó a Madrid dispuesto a conquistar el país formó tal revolución que los empresarios teatrales se lo rifaban como se rifaban a los mejores tenores italianos. Aquel gigantón malagueño que se acompañaba él mismo a la guitarra y que cautivó a reyes y princesas, pero sin perder jamás el contacto con el pueblo.
A Juan Breva no lo podemos calificar como cantaor solo por la escasa discografía que dejó, entre otras razones porque grabó con al menos 65 años, en 1910, lógicamente mermado de facultades. A pesar de sus años y de estar ya muy delicado de salud, el veleño tenía una técnica vocal increíble y colocaba la voz de una manera asombrosa para su estado y la época que era. Pero a la hora de recordarlo en el centenario de su muerte no es cuestión de hacerlo solo por cómo cantaba y lo que dejó, sino por lo que significó en su momento y lo que aportó. Entre otras cosas, Antonio Ortega Escalona, que así se llamó el veleño (Vélez-Málaga, 1844), abrió puertas para los demás cantaores o cantaoras, desvelándose siempre por los artistas malagueños, como lo demuestra su interés en que trabajaran El Canario o La Trini, que fueron junto a él los más grandes de la época.
A los artistas hay que analizarlos teniendo en cuenta el tiempo que les tocó vivir a cada uno. Juan Breva era cantaor de flamenco, pero se codeó con artistas de otros géneros y contribuyó a la popularidad del cante malagueño entre actores, poetas, tenores o políticos. Antes que él, nadie destacó en Málaga con la misma fuerza. Ya consagrado, le salió respondón el Canario de Álora, quien en el inicio de los ochenta del XIX ya andaba también por la capital de España anunciando como el Canario Malagueño. Hubo rivalidad entre ellos, poca, porque cuando le había llegado el éxito al de Álora con su malagueña personal, el padre de la Rubia de Málaga lo quitó de en medio en 1885. Juan Breva, pues, se quedó solo y fue siempre, hasta su muerte, el gran maestro del cante malagueño.
Hay que decir que Juan Breva nunca ha sido un artista olvidado en Málaga, sino todo lo contrario: ahí tienen su peña flamenca, una de las mejores de España, convertida también en museo flamenco. Y estoy seguro de que el centenario de este artista va a ser conmemorado por la Peña Juan Breva como la ocasión merece. Sencillamente, porque no se podría entender la Málaga cantaora sin esta gran figura del cante y la citada peña sabe cuál es su responsabilidad. Siempre lo ha sabido y siempre lo sabrá.
Por tanto, 2018 será el año de Juan Breva, aquel veleño que imitaba a los pájaros y que llegó a conquistar el mundo. Si no el mundo, una España que comenzaba a descubrir un arte llamado flamenco.