Las míticas Bodegas Campos, de Córdoba, que abrió en 1918 sus ricos caldos a la luz de la crianza, ha sido el martes día 5 el lugar de acogida para que la agudeza del joven José G. Rabasco Aguilar presentara Bailando en plata (Vanguardias pictóricas y musicales en los Ballets de Antonia Mercé La Argentina), una obra planificada adecuadamente, y tan bien trabajada, que va a contribuir al acervo del conocimiento sobre una época muy determinada del primer tercio del siglo pasado.
Estamos ante un trabajo de investigación que, introducido en la presentación por Inmaculada Aguilar, catedrática de Danza Española, y prologado por Elvira Andrés, exdirectora del Ballet Nacional de España, quedó validado por el piano de Juan Antonio Sánchez y las castañuelas del propio autor, que evocaron al pianista y compositor leridano Enrique Granados con la impresionante Danza nº 5 Granada, lo que nos recuerda que fue el leridano quien dedicó a La Argentina La danza de los ojos verdes, la que sería su última composición antes de su muerte en 1916.
Junto a esta composición, Rabasco recordó La danza de los gitanos (1928), de Ernesto Halffter, a piano y castañuelas, y la Sevilla, de Albéniz, con lo que regresamos a la capital hispalense con la satisfacción de entregarnos a un libro que recomendamos a todos los profesionales del baile y aficionados, y que ha sido dado a conocer cuando rememoramos el 20º aniversario del deceso de Antonio Gades, justo el año en que la prologuista del libro, Elvira Andrés, abandona la dirección del Ballet Nacional de España.
La obra que revelamos indaga sobre una época muy específica, 1927-1929, un tiempo que no sólo define una forma de danza que crea una experiencia teatral que va más allá de la técnica y la coreografía, sino que nos sitúa, además, ante un arte escénico en el que se fusionan la danza, la música, la pintura, la escenografía y el vestuario, hasta utilizar técnicas de actuación y expresión para dar vida al relato teatral.
En ese contexto, lo primero que sorprende es algo insólito: es la importancia que un joven como José Gabriel Rabasco Aguilar inquiere tanto en la danza que llega a transformar la investigación en una memoria escrita. Y alcanza esa cumbre expositiva-argumentativa tras exponer el proceso y los resultados de una búsqueda realizada de forma sintética, ordenada, clara y coherente.
«José Gabriel Rabasco Aguilar, que no se plantea hipótesis ni deja problemas por resolver, aporta un copioso catálogo de fuentes documentales y aborda a la artista de la eterna sonrisa, a la reina de las castañuelas, con fruición. Corrige errores cronológicos sobre su trayectoria y excluye las ficciones publicadas sobre Antonia Mercé»
El escritor ha podado los temas secundarios, de forma que el trabajo que nos presenta está bien centrado en torno a la trama en cuestión, con lo que cumple la función de informar del transcurso de una indagación empírica y teórica. En definitiva, de una investigación donde nuestro redactor fundamenta, argumenta y explica.
En el periodo que trata la obra de José Rabasco, hay que tener en consideración que, a la hora de colocar los tiempos, ha de valorarse un precedente que no debemos eludir. La Argentina (Buenos Aires, 1890; Bayona, 1936) residió en 1919, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, en París, que en los años veinte fue una ciudad sin límites creativos ni frenos morales. La capital francesa vivió diez años de efusión de energía creativa –de 1920 a 1929– y de liberación total que resonaron como un paréntesis encantado. Tanto que catalizó unos cambios que exportaría al resto del mundo.
Es, pues, el París que conoció La Argentina, la ciudad donde el talento se impone a la fortuna y el cosmopolitismo desplaza al “gratin”, aquel exclusivo grupo social del que se formaba parte por derecho propio, y no por la simple voluntad de acceder. Y es la ciudad, por ende, que cambia el escenario de la vida artística.
A estos componentes culturales les sumamos el estímulo que en ella despertó Les Ballets Ruses de Diaguiliev y su culminación en el estreno de El amor brujo, los que determinarían la conformación de Les Ballets Espagnols de La Argentina (1927-1929), y son, pues, concluyentes para valorar la nueva categorización que confiere José Rabasco a La Argentina, la artista que marca el despegue definitivo de la danza escénica española, la impone en el mundo entero y, pese a su muerte temprana a los 46 años de edad en Bayona, con este trabajo fin de carrera y máster, aunque restablecido, el autor nos persuade de que estamos ante la médula inmortal del baile, como así lo confirmaría el crítico citado André Levinson, que en 1928 llegó a compararla con la gran diva rusa Ana Pavlova.
Rabasco titula su obra Bailando en plata, expresión que utilizamos para decir lo que se piensa de forma franca, clara y concisa, sin rodeos ni eufemismos. Y la centra en Les Ballets Espagnols de La Argentina entre 1927 y 1929, como decimos, con lo que implica al lector a que concluya cómo estos realzan un nuevo concepto de Danza Española con “propuestas innovadoras de escenografía, música, indumentaria, luminotecnia”, etc., a más de aportar a la historia un modo singular de escenificación que, mismamente, y como señala el autor, sirvió “de escaparate internacional a una serie de músicos, artistas plásticos y pictóricos que estaban comenzando su carrera”.
Esta evolución, tanto en términos de representación como de temática y enfoques artísticos, implica nuevas expresiones y la forja de “la nueva danza estilizada española”.
«Hoy abandono una tierra tan sabia como Córdoba reclamando que, si la cultura de la danza es una expresión culminante del pueblo español, debiera de ser también una de sus máximas preferencias. Caso contrario, la incultura dancística seguirá siendo una de las mayores calamidades de España. No queda, pues, más que seguir ‘Bailando en Plata’»
Todo principió en noviembre de 1927 en el norte de Alemania, donde Hamburgo acoge el estreno de Les Ballets Espagnols de La Argentina, aunque su gran presentación fue en los Campos Elíseos de París. Y así, congregando, aunque a modo de laboratorio de experimentación, a compositores como Manuel de Falla, Ernesto Halffter, Julián Bautista, Gustavo Durán y el apoyo que encontró en Joaquín Nin, que creó su Danza ibérica para la protagonista, o pintores para la escenografía como Néstor de la Torre, Gustavo Bacarisas o Rivas Cherif, entre otros, marca el comienzo de un tiempo que introduce nuevos cambios, eleva la danza a un nivel nunca visto hasta entonces y posibilita, en consecuencia, la llamada Edad de Plata, una época tan transformadora que sentó las bases para lo que habría de venir.
A tal fin, José Gabriel Rabasco Aguilar, que no se plantea hipótesis ni deja problemas por resolver, aporta un copioso catálogo de fuentes documentales y aborda a la artista de la eterna sonrisa, a la reina de las castañuelas, con fruición; corrige errores cronológicos sobre su trayectoria; excluye las ficciones publicadas sobre Antonia Mercé y, desde su trabajo de investigación, no sólo enuncia afirmaciones que derivan de los argumentos razonados, sino que llega a conclusiones con petición incluida, como devolver a la vida escénica obras tal que El Fandango de Candil, Sonatina, El Contrabandista o Juerga, con el hándicap de que nos topamos, como manifiesta el autor, con “la inexistencia de compañías que puedan hacerse cargo económico de este tipo de espectáculos de gran envergadura”.
Estamos, por tanto, ante un deseo que difícilmente podrá hacerse realidad tangible. Y todo porque hace años que venimos propugnando, en distintos foros, que la cultura de los pueblos se mide por el grosor de polvo que guarda la biblioteca mental de sus dirigentes. Hoy abandono una tierra tan sabia como Córdoba reclamando que, si la cultura de la danza es una expresión culminante del pueblo español, debiera de ser también una de sus máximas preferencias. Caso contrario, la incultura dancística seguirá siendo una de las mayores calamidades de España. No queda, pues, más que seguir Bailando en Plata.