Regreso en tren de la Villa y Corte dirección Sevilla –¡toco madera!–, y tras conferenciar sobre la necesidad formativa del mundo de los tablaos, es la propia Comunidad de Madrid la que no se ha podido sustraer a este requerimiento. No lo ha hecho arrojando balones fuera como la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, que ni está ni se le espera en tal menester, sino para reforzar su oferta cultural a través del flamenco. Lo explico.
La Comunidad de Madrid ha invertido 400.000 euros en los tablaos flamencos, con lo que no sólo garantiza la acogida cultural para los madrileños y sus visitantes, sino que consolida tanto su posición como destino turístico cuanto como referente mundial de un arte que, generado en Andalucía, encuentra a centenares de kilómetros de la capital hispalense una de su más señera identidad colectiva.
El convenio, según he sabido, estará vigente hasta 2025, y lo ha firmado el Gobierno Autonómico con la Asociación de Tablaos Flamencos a fin de impulsar estos espacios emblemáticos como referentes turísticos y culturales, pero también para consolidar la comunidad como epicentro del flamenco.
Innegable es señalar, en tal sentido, que el consejero de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid, Mariano de Paco Serrano, nos remite a un modelo que, basado en el marco de valores de su competencia, aplica en la práctica la divulgación de las dimensiones del flamenco, pero aportando, además, una herramienta eficaz para ayudar al empresario a gestionar la promoción de la imagen de España.
No olvidemos que, como defensor a ultranza de los tablaos, hay grandes eventos de divulgación flamenca, pero la mayoría comete el mismo error, el propugnar una ruptura con la historia. Por el contrario, los tablaos serios la rehacen en cada puesta en escena, componente que forma parte de su condición desde que se abrió el pionero de todos, El Guajiro, instalado en la calle Salado del barrio sevillano de Los Remedios.
Escribimos de un tablao que, inaugurado el año 1951 –muchos analistas dicen por error 1956–, surgió a resultas de la sociedad formada por Juan Cortés Hatton y un gitano extremeño al que daban ese apodo de El Guajiro, de ahí su nombre, y que llegó a ser de los más importantes de aquellos años, ya que por él pasaron las más relevantes figuras, como Perrate, Fosforito, Carmen Carreras, Trini España, Paco Isidro, Tío Parrilla, Enrique Montoya, Farruco, Rafael el Negro, Matilde Coral, Terremoto (cuando bailaba), Romerito, Manuela Vargas, Chocolate o El Sordera de Jerez.
Disuelta la sociedad en 1956, Hatton se emancipó y abrió en la Plaza del Duque, de Sevilla, El Patio Andaluz (1956), que dio realce a Farruco, Cristina Hoyos, Milagros Mengíbar o Chano Lobato, y al que seguirían El Duende, en la Real Venta de Antequera, con Pastora Imperio, Antonio Mairena, Alejandro Vega, Bambino, Mario Maya o El Lebrijano, y ya en 1966 el prestigioso Los Gallos, en la Plaza de Santa Cruz.
«El convenio reseñado es discriminatorio, por más que Madrid busque proteger la calidad de los tablaos y diversificar la oferta cultural de una comunidad a la que admiramos por su importancia en la génesis y difusión de lo jondo, pero que desde la consideración de desventaja no puede rotularse como capital mundial del flamenco, en el sentido de convertirse en el centro neurálgico del flamenco, aunque sea un esencial destino de referencia»
En Madrid, por su parte, y según me delata el iPad de mis archivos personales, el primero en aparecer fue el Tablao Zambra, en la calle Ruiz de Alarcón, 7, en la zona noble de Madrid, justo al lado del Hotel Ritz. Fundado en 1954 por el palentino Fernán A. Casares (Fernán Antolín Alonso Casares), y su prestigio lo llevó a ostentar la representación española en la Feria Internacional de Nueva York y en el Teatro de las Naciones de París, con nombres tan relevantes como Rosa Durán, Pericón de Cádiz, Manolo Vargas, Perico del Lunar, Mario Maya, Isabel Romero o José Menese, entre los muchos.
En Zambra el flamenco era la única finalidad. Sin embargo, en los subsiguientes tablaos el propósito era un medio para ampliar el negocio de la hostelería, de ahí que surgieran espacios de igual notabilidad, como El Corral de la Morería (1956), el más famoso del mundo, en calle Morería, 17, abierto por Manuel del Rey, por el que desfilaron Lucero Tena con Gabriel Moreno y Serranito, Porrinas de Badajoz, Juanito Serrano, La Chunga, Blanca del Rey o Fernanda y Bernarda de Utrera.
Citemos igualmente El Duende (1956), de Pastora Imperio, en Señores de Luján, 3, regentado por su yerno el torero Gitanillo de Triana, y con figuras como Rosario la Mejorana, Alejandro Vega, Rocío Jurado, El Lebrijano, Hermanos Toronjo o Matilde Coral y Rafael el Negro; Las Brujas (1960), en los bajos de la calle Norte, 11, abierto hasta 1982, y que, fundado por un pontanés, marino mercante, y un cordobés, telegrafista de barco, reunió a artistas como Merche Esmeralda, María Jiménez o La Susi; Torres Bermejas, en calle Mesonero Romanos, 11, fundado por Felipe García y cuya decoración imita a la Alhambra, con Camarón de la Isla, Mario Maya, El Güito, Trini España o Manolo Sanlúcar, y Cuevas de Nemesio (1960), en Cava Alta, 5.
Más tarde se inaugurarían el tablao Arco de Cuchilleros (1961), donde Alejandro Vega coreografió por primera vez los villancicos (1963); Los Canasteros (1963), de Manolo Caracol, en calle Barbieri, 11, con Gabriela Ortega, Fernanda Romero, Manolo Mairena, Curro Vélez, Bambino, Melchor de Marchena o Paco Cepero; Cuevas de Nerja (1964) en Gran Vía 43, en la antigua Parrilla del Hotel Rex, y Villa Rosa (1964), abriéndose un lustro después Café de Chinitas (1969), en el viejo Madrid, que rememora el café cantante malagueño del siglo XIX, en calle Torija, 7, en los bajos de un palacio del siglo XVIII donde más de una vez vimos a José Mercé hasta que lo abandonó en 1994, y siendo desde 2010 el Tablao Torero el que persiste en la idea del primitivo Zambra de sólo ofrecer flamenco, por lo que no busca una ruptura con la historia, sino refugiarse en la historia.
Hasta aquí todo bien. Pero cuando aludía al convenio de la Comunidad de Madrid con los tablaos, éste no vincula a todos, sino únicamente a los que pertenecen a la asociación, que paradójicamente no la integran –insisto– todos los que son, sino los que están, por lo que no le podemos dar carácter de equidad y, por tanto, no despunta una actitud inteligente, pues aquellos a los que no se les ha abierto el acceso quedan fuera de un acuerdo que, en un Estado de Derecho, tiene que ser pactado por el gobierno autonómico y todos los que representan a los tablaos madrileños y comparten objetivos comunes.
El no haber estado todos los empresarios en la mesa de negociación es, a mi criterio, un trato desigual, lo que no es óbice para recalcar una vez más que la influencia que tienen estos espacios culturales en Madrid es tal que juegan un papel clave en la difusión del flamenco a nivel mundial. Y así lo constatamos anoche (por el día 8) en la Sala Torero, que dirigida artísticamente por el bailaor El Mistela, al que conozco desde hace cuarenta años, descubre a sus visitantes el significado y el impacto que el flamenco tiene atendiendo a la diversidad y a su historia, porque, a más de programar obras artísticas, proyecta el conocimiento cultural.
El convenio reseñado –motivo central de la inminencia este artículo– es, pues, discriminatorio, por más que Madrid busque proteger la calidad de los tablaos y diversificar, por consiguiente, la oferta cultural de una comunidad a la que admiramos por su importancia en la génesis y difusión de lo jondo, pero que desde la consideración de desventaja, no puede rotularse como capital mundial del flamenco, en el sentido de convertirse en el centro neurálgico del flamenco, aunque sea, a no dudarlo, un esencial destino de referencia.