El comienzo de este recital en Espacio Expoflamenco del 11 de abril ya fue toda una declaración de intenciones de su protagonista. A porta gayola, como matizaría un taurino, Enrique el Extremeño ofreció todo un catálogo de cantes sin acompañamiento. Primero, con ese introíto Trin trin que a la puerta llaman de aquella toná deudora del viejo romance del Bernal Francés y recuperada por Mairena, a decir del recordado Luis Suárez Ávila.
A continuación, un cante por trilla enlazado con la toná Yo lo te obligo gitana, que según la tradición oral estaría adeudada a Tío Luis el de la Juliana pero que pulió Rafael Romero ‘el Gallina’. Otro engarce fue con En el barrio de Triana, la inmensa debla que nos legó para los restos Tomás Pavón.Y para rematar, el romance en modo correntío acelerado en su coda final. Una auténtica lección siempre bajo la versión del propio intérprete.
Tras la presentación del compañero Kiko Valle, esta rotunda demostración de conocimiento me hace pensar que los aficionados solemos estar más pendientes de los detalles externos que del propio tuétano de la expresión. Reparamos en las ramas sin apreciar el tronco, que es lo perenne. Con Enrique el Extremeño nos adentramos en el cante bien estructurado desde la raíz, gracias al compromiso fiel del artista con los grandes maestros que le precedieron. No conviene olvidar que oficio deriva en su etimología de artesano.
«Enrique el Extremeño es un cantaor sobrio, que apenas regala a la galería más allá de lo sustancial. Su voz es áspera como un barro extremeño asolado en Huelva y Sevilla. Y se muestra entera, contundente, a garganta limpia. Sus cincuenta años en el cante de atrás se perciben en cada recodo de los cantes»
Todo el recital fue un refrendo de lo antedicho, con un repertorio que prosiguió por cantiñas salpicadas con alegrías. «Cadiz, en definitiva», como explicó el propio intérprete. Aire caleteros que refrendó con la malagueña mellicera, versión Antonio Mairena, prologada a la forma gaditana con granaína de preparación y finalizada con cantes abandolaos como los de Frasquito Yerbabuena o el Fandango de Lucena. En los tangos se estiró tirando de los aromas extremeños que le son tan propios aunque emigrara tan joven de la patria chica. Y en la recta final, acometió la bulería por soleá, ‘para escuchar’ por estos lares, con algunos pezpuntes de soleá corta evocando a El Lebrijano. Ya de pie, bulerías con homenaje inicial a Turronero y rematadas por el famoso bolero, en forma de cuplé, Corazón Loco.
He querido dejar para el final, a modo de capítulo aparte, la guitarra de Noño Santiago, hijo del cantaor. Me gustó especialmente su sentido del acompañamiento, dejando cantar y respetando los matices del cantaor. Una justeza muy en consonancia con el maestro, empleando recursos muy flamencos como el elegante rasgueo y el pulgar en el momento oportuno; escuhando el cante y a su servicio, o sea. El paso de Enrique el Extremeño por nuestra sede tuvo un gran añadido cuando decidió quedarse con los aficionados compartiendo un vino de Jerez en animada y enriquecedora tertulia. Otro detalle de la generosidad de un noble y completo cantaor.
Por José María Castaño
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Y para conocer un poco mejor el disco que presentó el artista en Espacio Expoflamenco, os invito a leer el texto que lo acompaña en el interior del CD y que es obra del compañero Kiko Valle:
Enrique el Extremeño, mis 50 años con el cante (La Voz del Flamenco, 2024)
Truena un quejío, la voz de campanas gordas. Arrastra consigo el eco de la veteranía. Se aploma la voz de un quintal. La voz. Cincuenta años jiriendo, pegando arañones en cada tercio, dibujando las vereas del baile y arrebatando los oles de la afición.
Enrique El Extremeño se doctora en enjundia. Revalida el cetro que ocupa detrás y delante. Le pone banda sonora a la sensibilidad celebrando cinco décadas de sabiduría y empaque. Se reinventa, vuelve a cincelar con su nuez las aristas del duende, coloreando de jondura cada uno de sus lances.
Suena la experiencia, duelen las carnes. Bulería por soleá, tientos, fandangos, bamberas, tangos, Levante…Y once guitarras de locura, once manantiales con seis ríos de plata que inundan los cristales frescos de su garganta.
Cincuenta años de nada y doscientos de flamenco en la sangre hacen llorar a su paso a los oídos cabales. Enrique lastima, conmueve, perfuma y pega bocaos. Aprieta los puños y embiste. Arremete escarbándose las entrañas arrojando a su gañote profundo los misterios del arte. Divierte, enamora a compás y derrama sus pesares. Se queja desde el izquierdo y regala de su talega ‘50 años de cante’.