En el flamenco está ocurriendo un fenómeno curioso, el hecho de convivan aficionados mayores y jóvenes en las redes sociales. Hay carcas que muestran su intolerancia hacia todo lo nuevo –debo parecer ya uno de ellos–, y jóvenes que se enfrascan en debates interminables sobre la necesidad de abrirse a nuevas propuestas.
Antes de que llegara eso de las redes sociales no se daba este curioso fenómeno. Cuando yo tenía 20 años, hace ya cuarenta, la única manera de poder hablar de cante con los aficionados más mayores era acudiendo a las peñas de Sevilla o a alguna taberna del barrio donde pararan algunos.
Recuerdo que solían desconfiar cuando te veían entrar en la peña o el bar con pantalones vaqueros manchados de lejía, el pelo largo y la bala en el cuello. “Qué vas a saber tú con esos pelos y sin barba”, me solían decir algunos viejos cabales. Creían que como no había vivido en el tiempo de ellos, es decir, cuando eran jóvenes, no llegaría jamás a entender lo que era el verdadero flamenco. O sea, el de su tiempo.
Me resulta curioso que haya tantos aficionados veteranos y jóvenes que sintonicen en Facebook, por ejemplo. Es muy positivo ese intercambio de pareceres entre ellos y que cada uno exponga lo que piensa con la libertad que da una tribuna de este tipo. Cuando yo empezaba, en los setenta, leía a Miguel Acal o José Antonio Blázquez en los diarios de Sevilla y cuando no estaba de acuerdo con algo les mandaba una carta que al final ni se publicaba en muchos casos.
Cuando publico algo y pongo el enlace en mi muro, al minuto ya me están poniendo a caldo. A lo mejor por eso creé el personaje del abuelo y Manolillo, de gran éxito en ExpoFlamenco, aunque todo empezó en Facebook. Porque daba y sigo dando un gran valor a que mayores y jóvenes se entiendan a la hora de hablar sobre el flamenco, cada uno defendiendo su punto de vista, como es lógico.
Con los años nos vamos volviendo prepotentes, quizá como resultado de las vivencias, que para los aficionados veteranos es algo fundamental, negando que los jóvenes tengan sus propias vivencias. Los que hoy tienen entre veinte y treinta años no llegaron a conocer a Antonio Mairena, pero sí conocen a Arcángel o a Pedro el Granaíno. Ya sé que no son comparables, pero los jóvenes tienen sus referencias actuales y muchos las buscan entre los clásicos ya desaparecidos.
No hace muchos días me llamó una chica que quería hacer su tesis doctoral sobre Farruco, el gran bailaor gitano. No sobre Farruquito, su nieto, sino sobre el genio, el abuelo de Juan. Y me dijo esta chica, María, que estaba en las redes sociales precisamente para seguir a aficionados mayores de sesenta años, de los que pudiera aprender.