Estamos llegando a tal grado de estupidez con el tema de esa cantante catalana de moda que hay hasta enfrentamientos entre críticos y flamencólogos, pero con guasa. Me parece que el debate es siempre bueno si no se pierden las formas. Y se pierden, a veces, de una manera increíble. Se puede defender a la nueva genia, el que crea en lo que hace y le guste, sin entrar en comparaciones absurdas. Es que a la muchacha la están comparando con la Niña de los Peines o Camarón, cuando hay una diferencia enorme.
Es verdad que en el caso de Camarón, cuando apareció hubo quienes no entendieron bien su estilo, ni siquiera algunos artistas del cante. No se esperaban que saliera un genio como el de la Isla de León, porque lo era ya de adolescente. Y cantaba flamenco, no canciones aflamencadas. Y traía un estilo suyo, aunque fueran más que evidentes las influencias en él de todos los maestros y no tan maestros que llegó a tratar.
Recuerdo que algunos decían que no era un creador –hasta yo, seguramente, lo diría alguna vez–, cuando lo fue porque creó un estilo nuevo, una manera distinta de cantar. Y se decía que una creadora fue Pastora Pavón porque creó la bambera, cuando La Niña no creó la bambera, ni fue la primera en grabarla. Ocurrió lo mismo con la petenera. Pastora, eso sí, lo pasó todo por el tamiz de una garganta prodigiosa, como Camarón. Y cuando comenzó a cantar no lo hizo con experimentos, sino interpretando con fidelidad a las maestras y a los maestros del cante a los que llegó a alcanzar y a tratar.
Para empezar, Pastora nació en un barrio de Sevilla, la Puerta Osario –a mí me gusta decir San Román–, en el que había casi más familias gitanas que en Triana, en parte por la cercanía de Santa Catalina, San Roque o el barrio de la Feria. Había muchos gitanos herreros que o vinieron de Triana o llegaron al arrabal desde estos barrios sevillanos. La calle Jáuregui, de Santa Catalina, era conocida como calle de los Gitanos. Y Pastora, que era gitana y de una familia flamenca, vivió todo aquel ambiente desde que nació, en 1890, hasta los 12 años, que son los que tenía cuando se afincó en la Alameda, de donde salió ya anciana con los pies por delante, en 1969.
Además, siendo niña tuvo de vecina, en la misma calle Butrón, que fue donde nació, a la Juanaca de Málaga, de quien copió unas cantiñas malagueñas que grabó y que aún se cantan, Del mundo leguas y leguas. Aprendería más cosas, como aprendió escuchando a La Serrana, Carmen la Trianera, Medina el Viejo o Frijones, tanto de Antonio como de su hermano Manuel Vargas Fernández, consuegro de Paco la Luz. ¿Tienen idea de los artistas que vivían en el barrio de la Feria, San Juan de la Palma, San Luis, la Macarena o la Alameda cuando Pastora era una adolescente?
No aprendió de los discos, sino de escucharlos en persona o a través de su hermano Arturo, que era ocho años mayor que ella. O sea, que cuando Pastora tenía diez años, Arturo tenía 18 y era ya un cantaor del que se hablaba en toda Sevilla. Luego enfermó de la voz y se dedicó solo a las fiestas, que por ese motivo salió La Niña, porque su hermano mayor ya apenas cantaba y había que llevar dinero a casa. Y lo intentaron también con Tomás, que llegó a cantar en Madrid de niño, pero se dieron cuenta de que el benjamín de los Pavón no valía para los escenarios.
Que comparen a esta cantante catalana tan de moda con la cantaora sevillana es una soberana estupidez, porque esa joven artista es solo un producto comercial. Ni tiene condiciones, ni expresión flamenca, ni puede con los cantes. Canta de mentira. Será bueno lo que hace desde el punto de vista de la fusión, no lo discuto, pero no tiene el valor flamenco que le quieren dar quienes creen haber descubierto a la nueva Niña de los Peines o al nuevo Camarón.
Es más, me parece una vergüenza que sea el centro del debate flamenco desde hace ya meses. Entiendo que los gustos son los gustos y no voy a descalificar a nadie porque le guste la artista de moda en la música moderna española. A mí no me gusta nada, no considero que haga flamenco y no creo que me vaya a gustar en el futuro salvo que dé una buena vuelta. Estoy en mi derecho de decirlo y de no pronunciar ni siquiera su nombre, porque esto es un empacho.