Cuando nos referimos a la nueva hornada de voces importantes pocas veces nombramos al jerezano Ezequiel Benítez, cuando es ya una voz consolidada y de calidad flamenca. Cada vez que lo escucho me acuerdo de una conversación que tuve un día con Antonio el Chocolate, en su casa, sobre el cante clásico y las innovaciones. Antonio decía que había unas formas musicales en el cante que estaban muy bien hechas y que interpretarlas con fidelidad era tan importante como hacer algo nuevo. Estoy totalmente de acuerdo con esta opinión de alguien que supo ser fiel a una escuela y que, además, creó cosas suyas también, como sus fandangos o algunos giros de seguiriyas o soleares que permanecen.
El maestro hablaba de Arturo y de Tomás Pavón como modelos que siguió, aunque solía decir que lo hacía todo a su manera. Y es que Chocolate no imitó jamás a nadie, porque fue un cantaor anárquico. Se ciñó a una escuela, y eso es lo que hace Ezequiel Benítez, salvando las distancias. Es un excelente copista, y esto no lo digo porque piense que no tiene su personalidad, porque la tiene, pero es más intérprete que creador y su voz no es algo nuevo sino un sonido que identificamos pronto con los de Jerez y Sevilla. Ezequiel es jerezano y muy castizo, pero podría ser también de Triana o de Utrera, porque si adora a Manuel Torres o a Chacón, también a Tomás y Vallejo.
Lo primero que destacaría de este gran cantaor son sus conocimientos de todo el cante, algo que no es extraño si decimos que es hijo de Alfredo Benítez, el gran aficionado jerezano, quien le inculcó desde niño la pasión por el cante. Recuerdo que una día hablamos de cante Alfredo, Diego Alba y Ezequiel, y me asombró el hecho de que un adolescente supiera tanto de cante y tuviera ese amor por Chacón, Torres, Pastora, Tomás, El Chaqueta, Vallejo o Marchena. Ya entonces, cuando tenía 16 años, supe que estábamos ante un futuro cantaor de los que harían cosas importantes como estos dos discos, Quimeras del tiempo, donde canta de bien para arriba.
En el segundo volumen, la primera pieza ya me enamoró nada más escucharla. Una honda y flamenquísima versión de la bulería María Magdalena, del sevillano Manuel Vallejo. Es admirable la interpretación que hace de esta canción por bulerías, cuando Ezequiel es muy distinto al cantaor sevillano, con otro tipo de voz, de timbre. Por tanto, se ciñe al patrón pero sin impostar la voz y logra un cante con hondura, un compás muy conseguido y el sentimiento que le pone a todo. José de Pura le toca la guitarra de escándalo. A la fiesta por bulerías de cierre también le imprime Ezequiel mucho sentimiento y se crea una atmósfera encantadora entre todos, el guitarrista Diego del Morao, los palmeros y el cantaor. En su recuerdo del Barrio de Santiago, donde se ha cantado por bulerías como en ninguna otra parte de Andalucía.
Hay palos muy serios, como la soleá dedicada a María Bala, los fandangos por bulerías del Niño Gloria, los tangos o las dos malagueñas de Chacón. Incluso una guajira muy personal. Un trabajo muy interesante por cuanto tiene de reivindicación de una manera de cantar y una zona de Andalucía, Jerez, donde si no nació el cante, lo gestaron. Ezequiel Benítez es un pedazo de cantaor y, aunque ocupa un lugar importante entre los nuevos maestros, debería estar más considerado. Por una cosa, sobre todo. Porque le tiene un gran respeto al legado de los maestros e interpreta todo con mucho amor y una pasión increíbles.
Además de Pepe de Pura y Diego del Morao, le tocan Juan Diego Mateos, Gerardo Núñez, Nono Jero, Antonio Higuero, Javier Ibáñez y Paco León. Una obra rotunda e incontestable desde el punto de vista jondo.