Conocí muy bien a José Sánchez Bernal, Naranjito de Triana, y raro es el día que no me acuerdo de él por algún motivo. Fue un niño prodigio del cante, nacido en Triana, en la calle Fabié, cerquita del Altozano, de la calle Pureza –antigua calle Larga–, y de la calle Betis, antigua Orilla del Río. Naranjo era un trianero de pura cepa. Sin discusión alguna, el cantaor más importante que ha dado Triana, porque fue una primera figura del cante y llevó el nombre de Triana más lejos que nadie.
Vino al mundo en 1933, año muy señalado en el mapa flamenco porque fue el año en que murieron Manuel Torres y Joaquín el de la Paula, por citar solo a dos históricos. También fue el año de la boda de la Niña de los Peines con el también cantaor Pepe Pinto, en la Basílica de la Macarena. Ya habían muerto Chacón, Escacena, El Portugués y Ramón el Ollero. El Ayuntamiento de Sevilla había derribado ya el Café de Novedades y mandaban en el cante la Niña de los Peines, Manuel Vallejo, el Niño de Marchena y Manolo Caracol, entre otros artistas de renombre.
Naranjito se fue dolido con el flamenco. Mejor dicho, con los flamencos. Estuvo muchas veces en mi casa de Triana –mejor dicho, donde yo vivía– y hablamos bastante de este asunto. No se sentía reconocido a pesar de su trayectoria y de su calidad de cantaor. Y esto le dolía mucho, porque era muy inteligente y sabía lo que eso significaba. Una mañana me dijo lo siguiente en mi casa:
«He visto a grandes cantaores de Sevilla morir olvidados, y no quiero ser uno de ellos. Vallejo mismo murió solo y muy olvidado. No me refiero como persona, porque no se casó, sino como cantaor. Con lo grande que fue Vallejo, Dios mío. A veces lo veía en la Alameda, sentado en un velador y apenas tenía para un café. Paraba en Las Maravillas, esquina a Trajano y frente a la academia de Realito. Consumido como una pasa, le preguntabas cosas sobre el cante y casi no tenía ganas de responder. Yo creo que estaba asqueado»
Naranjo no tuvo ese final porque ganó mucho dinero y, a diferencia de Vallejo, supo mirar por lo que ganó. Se fue del cante porque quiso y lo hizo a lo grande, cantando en el Teatro de la Maestranza con los mejores guitarristas del momento. Llenó el coliseo del Paseo de Colón y salió por la puerta grande. Nadie entendía que se estuviera despidiendo un cantaor entero, con la voz impecable y la cabeza tan bien amueblada. Y se fue, en parte, porque estaba harto de los flamencos y de ciertos críticos que lo llegaron a ofender.
«No entiendo a algunos críticos, Manolo. Voy a un festival, levanto el público a las cinco de la mañana y luego ponen la foto de quien salió al escenario y se fue la gente al bar. Esto me tiene quemado».
Hoy no es el aniversario de su nacimiento, ni el de su muerte. Me acordé ayer de él y he querido escribir algo de quien fue un gran amigo y al que admiré y sigo admirando como cantaor y como persona. Naranjito, un caballero de Triana.