El pasado lunes fue descubierto un busto de Manuel Molina en el patio de la nueva sede de la Fundación Cristina Heeren en Triana, en la larga y estrecha calle Pureza. Fui invitado por su hermano Jesús pero tenía otros compromisos ineludibles y me fue imposible ir. El próximo día 19 de este mismo mes se van a cumplir tres años de su muerte, la de uno de los músicos flamencos más influyentes y carismáticos de las últimas décadas.
Lo de que le hayan puesto un busto en el patio de una academia no parece muy importante, porque Manuel era más de la calle, de la taberna y la reunión de cabales, pero menos da una piedra. No conozco aún la nueva sede de esta fundación flamenca y supongo que es un motivo más para ir un día de estos a visitar las instalaciones. Por cierto, el Ayuntamiento de Sevilla le ha concedido la Medalla de la Ciudad a Cristina Heeren, distinción muy merecida, eso es indiscutible, pero duele un poco que se reconozca a alguien de fuera y no a las muchas personas que han luchado y llevan luchando tantos años por nuestro arte. Lo siento, pero tenía que decirlo, a pesar del aprecio personal que le tengo a esta mujer tan flamenca.
No hay una sola vez que vaya a Triana, algo que hago siempre que puedo, aunque viva retirado del barrio, que no vea a Manuel Molina andando por la calle Betis, el Altozano o Pagés del Corro. Verlo andar por algunas de estas calles fundamentales del viejo arrabal era como un consuelo y, aunque muriera hace tres años, quiero y necesito seguir viendo esa imagen tan entrañable en un barrio que se va quedando sin flamencos, no solo sin gitanos.
Manuel estaba muy preocupado con todo lo que tenía que ver con Triana, aunque hubiera nacido en Ceuta. Como El Fillo, Faíco o su madre La Josefa, Manuel no había nacido en el barrio pero llegó de niño y se hizo trianero. Su música era trianera, de aquella Triana nueva que floreció en los sesenta, después de la expulsión de pobres que hubo en los cincuenta, aunque Ricardo Pachón siga hablando solo de la eliminación de los gitanos, manipulando claramente la historia.
Una de las cosas que más le preocupaba a Manuel era que el tiempo fuera borrando un pasado tan rico desde el punto de vista flamenco. Se quedaba maravillado cuando íbamos andando por Triana y le iba diciendo dónde habían nacido o vivieron artistas como El Fillo, Juan y José el Pelao, Francisco la Perla, Faíco, El Pancho –con taberna en la Cava Nueva–, La Andonda, Ramón el Ollero o Fernando el de Triana. Ojalá la Fundación Cristina Heeren decida algún día contar la historia del flamenco en Triana, ya que nadie lo hace, además de seguir con su labor docente.
Mentira parece que un barrio con tanta historia, una de las cunas principales del arte jondo, no tenga aún un centro de documentación sobre este arte y tampoco un buen libro sobre sus artistas. La directora de la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamencolo intentó, pero se quedó solo en un fallido intento. También Ángel Vela. Lamentablemente, Triana ha dado grandes artistas y pésimos flamencólogos o flamencólogas.
Ojalá el busto de Manuel Molina que han puesto en esta fundación mire algún día para una habitación en la que los estudiosos puedan ir a documentarse. Ese sí sería un gran homenaje a Manuel y a todos los que crearon esta maravilla llamada flamenco, que murieron sin reconocimiento alguno.