Tradicionalmente en Jerez las zambombas no comenzaban a celebrarse hasta el puente de la Inmaculada, conocido por los menos católicos como el de ‘La Constitución’. A partir del día 5 de diciembre aproximadamente las peñas flamencas, hermandades y cofradías, asociaciones vecinales y otros colectivos de reputada fama en la historia de la Navidad de esta tierra como la Asociación de Belenistas, organizaban un coro presidido por una candela y cuyo fin era rememorar las coplas y romances que se han cantado siempre por estas fechas con un fin fraternal. El hecho de compartir un buen rato de risas y familiaridad en torno al son de los villancicos era para muchos el motivo principal para volver a los orígenes y a esa infancia añorada que marcan los recuerdos del ahora. También, por qué no decirlo, en cada evento de este ámbito se aprovechaba para que estos colectivos pudieran conseguir algunos fondos económicos para tapar algún agujero del curso anterior o los que quedaban por venir, teniendo en cuenta lo simbólico de los precios. Hablamos de los años 90, tampoco hay que trasladarse a mitad de siglo pasado cuando apenas había zambombas populares, eran más familiares. Tenía un pase la cuestión, pues lo primordial de esta fiesta no ha sido nunca el asunto económico hasta ahora, que sí lo es. No es por ponerse uno tremendista ni radical, ni se afirma que ha llegado el acabose pero sí de unos años para acá se comprueba que la demanda de zambomba jerezana ha sido tal que la oferta a superado cualquier expectativa dejando el filtro abierto a todo y más. Ya se puede apreciar en distintos carteles de bares y discotecas la atracción de una «Tradicional zambomba jerezana» cuyos componentes no son ni de Jerez, y de tradicional no tienen ni la pandereta que suena…
Pues no, no todo vale. Es impresionante que desde el 16 de noviembre, que aún no ha pasado ni el mes de lo difunto (antes eso era sagrado), se estén celebrando zambombas. Puede ser cierto que no hay que esperar hasta el 5 de diciembre como décadas atrás, pero al menos respetar hasta que a noviembre le falten unas horas para despedirse.
Puede parecer una tontería, pero las tradiciones tienen un sentido y si se le cambian sus elementos diferenciadores dejan de tener razón de ser. Y ya no sólo es el tiempo en el que se celebran, sino las formas. No suena en muchos casos la zambomba como instrumento vital, el almirez ni está ni se le espera, la botella de anís queda mejor en la estantería del bar para ‘parecer’ pero nadie hace son deslizando una cuchara por encima, y aquellos romances antiguos no se lo saben ni el que organiza la zambomba. Micrófonos y grupos de cinco personas, cubatas a cinco euros y a hacer caja. O sea, que lo que menos importa es lo que debería importar.
Ocurre con esta fiesta jerezana lo que con el flamenco, esa continua reivindicación de saber qué es y qué no es, y de utilizar los términos apropiados para referirse a según que cosa. ¿No sería mejor vender un producto real sin necesidad de dar gato por liebre? Actuación navideña, ahí acabaría todo. Sobre todo porque son muchos foráneos los que vienen a buscar algo que no encuentran llevándose una gran decepción. Por sumar, los jóvenes jerezanos desconocen la grandeza de su cultura puesto que quitando dos o tres villancicos habituales (Calle de San Francisco, Los caminos se hicieron y alguno más) no participan a no ser que el antiguo romance en cuestión haya sido versionado por uno de su generación en los últimos años o sea de creación más actual (del gran Antonio Gallardo, Parrilla de Jerez y Terremoto).
No todo está perdido, quedan las hermandades y peñas flamencas, o la de la asociación del barrio de San Miguel… que son las que aconsejamos un año más y para ver espectáculos siempre nos quedará el Teatro Villamarta.
Foto original de Feliciano Gil / Peña La Bulería