Tras el apretón de mano, se montó en el asiento de atrás del coche y pusimos en marcha el automóvil camino de Arcos de la Frontera, lo que suponía una auténtica aventura para quien escribe. «Mi mare es de Bornos, allí la conocen como La Calvaria, siempre estuvo trabajando en el campo y cantaba muy bien por saeta», decía mientras buscábamos la salida de Jerez. Joaquín Jiménez Domínguez, que nace en Jerez en octubre de 1962, se convierte en prodigio desde temprana edad por la fuerza de su garganta y dominio de los cantes de fuelle, como decía Chocolate. De una nobleza exquisita, conversa desde la humildad con el fin propósito de encontrarse en sociedad y alejarse de la soledad que por muchas horas le acompaña. Parece que se han olvidado de él en su tierra, no aparece en ninguna programación de peñas, festivales o recitales de cualquier tipo. Bueno, a decir verdad, un negocio/tabanco de Jerez lo anunciaba como estrella hace unas semanas haciendo prever que de ninguna manera el público sería consciente de lo que escuchaba, pues no es habitual que cantaores de su talla se presten a esos encuentros de poca repercusión económica, entiendan ustedes. Deambula por las calles de San Miguel de vez en cuando, camino del centro de la ciudad, donde está el ambiente y algunos quieren escucharlo, él nunca va molestando porque su esencia es bohemia, y como se decía más arriba, noble a más no poder. Pero necesita calor, y parece que comienzan a dárselo.
«Estoy en el faibu (Facebook) ese otra vez de moda», refiriéndose a la gran aceptación que ha tenido su futura presentación en el Círculo Flamenco de Madrid, una actuación prevista para el comienzo de temporada el 27 de septiembre, con la guitarra de Domingo Rubichi. «Este momento tengo que aprovecharlo, pero necesito que me vayan ayudando, que no me dejen a un lado», relata con cierta tristeza al sentirse desplazado de la cotidianidad flamenca. «Es importante que el cante puro no se pierda, el cante jondo que tenía Antonio Mairena, Fosforito, Menese… con los que compartí festivales siendo un chiquillo. Camarón y yo éramos los más jóvenes en esos sitios, y algunos que después fueron más famosos que yo aún no cantaban ni en público por esa época». Se refiere Joaquín a esa gran etapa en la que ganó el primer premio del Concurso Nacional de Mairena del Alcor, tras varios años desierto, sólo con catorce años, y otros importantes premios en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba. «Al que nunca me presenté fue al del Cante de las Minas de la Unión, y ya no lo voy a hacer porque si no gano, pierdo caché», contaba entrando por la Corredera de Arcos de la Frontera.
Hasta allí nos acercamos para disfrutar de él en una reunión de amigos, de aficionados de corte clásico. Arcos, ciudad de especial encanto de la ruta de Los Pueblos Blancos de la sierra gaditana, siempre ha defendido un cante tradicional, que cada año se comprueba en la Velá de la Nieves, que ha cumplido este mes de agosto su 58 edición. «Pues yo nunca he estado en este festival, una cosa rara», sigue Salmonete la conversación. Llegamos al barrio de San Pedro, a la Taberna del bueno de Rafael Vega, hijo del ilustre aficionado del mismo nombre que siempre consiguió llevar hasta este mágico pueblo a grandes del flamenco, desde La Paquera a Lebrijano, pasando por Lola Flores o Rocío Jurado. Allí están ya Juan Manuel Velázquez-Gaztelu, hermano del maestro de la comunicación flamenca José María, y padre de Curro, también en las entrañas del flamenco, así como otros aficionados de la zona como Juan Alvarado, nexo de unión de todos ellos. Suena la guitarra de Manuel de Julia, joven que sorprendió por su bien hacer, por bulerías por soleá y Salmonete va calentándose. Se acerca al guitarrista y comienza a deleitar los sentidos con ese eco de añoranza que quiere seguir estando. Compás y duende, que aunque suene a tópico, no todo el mundo lo da. Tras ese cante hay que respirar, porque nos ha crujido los huesos. Guiso de arroz con pollo. Joaquín se come, y no es el único, un plato como una plaza de toros, «¡qué bueno está!». Está a gusto porque se le da cariño, porque se le trata como lo que es, uno de los grandes de nuestro cante, de nuestras formas. Continua el encuentro por fandangos, taranta, bulerías y seguiriyas. Como dijo aquel: «para no ser familia de Terremoto, que pellizco tan parecido tiene». Al terminar, al brindar con unas copas de vino, tras las fotos pertinentes con los que ya se habían emocionado escuchándolo… nos venimos para Jerez para dejarlo en su casa de San Telmo, contento y agradecido, y reiterando: «no dejarme, no dejarme, que tengo que aprovechar este momento».