Sábado, tres de la tarde. ¿Habrá una hora menos flamenca para lo jondo? Aquí, a base de pavías de bacalao y mosto recién nacido, pues dicen los de Villanueva del Ariscal que el oro del Aljarafe no está en su estado óptimo hasta después de “la Purísima”, el ocho de diciembre. Pues qué quieres que te diga, a mí me gusta cada vez más el flamenco de día, como la Feria, hay menos borrachos y menos pesados, y también, como decía Francisco Palacios “el Pali”, menos misiles y más pavías.
Llega Samuel Serrano hecho un pincel, un nuevo estilismo acorde a sus veinticuatro años y a los tiempos actuales. Algunos echamos de menos esa cabellera india de jefe comanche que lucía cuando lo conocimos hace ya seis o siete años, una imagen acorde a su eco salvaje. No encuentro otro calificativo mejor para su forma de cantar. Un potro salvaje sin domar, un caballo entero que vuela su crin al viento de las marismas de Doñana, tan cercanas a su Chipiona natal.
Viene con la guitarra de Luis el Salao (Málaga, 1973), músico ya conocido en la Peña, y una auténtica sorpresa para el que escribe, pues nunca había tenido la oportunidad de escucharlo en directo. No es Luis amigo de alardes virtuosistas, pero sí un magnífico guitarrista de acompañamiento, pendiente siempre del cantaor y muy, muy flamenco.
Abre Samuel el frasco de las esencias y derrama un par de martinetes de los de antes, de los de Juan Talega, que no quería memoriales ni papeles de la audiencia. La sala es pequeña, no han puesto megafonía, por ahí, por ahí, suelta un aficionado desde atrás. Parece mentira que ese eco salga de un cuerpecito tan pequeño.
Ya está sentadito en su silla, y la sonanta del Salao nos transporta al barrio de la Viña. Alegrías sosegadas y pastueñas, entrando a compás por la bahía y saliendo con demasiada carga de dramatismo. Todos los palos no expresan fatiguitas, por muchas bombas que tiren los fanfarrones.
Corre, corre, que viene la soleá, la madre del flamenco. Menudo recorrido por Alcalá de los Panaderos, ahí se nota el conocimiento. Otra vez Juan Talega asoma por su boca, tiene un metal inconfundible, mímalo, Samuel, tu forma de cantar entregando el corazón en cada tercio merece un cuidado especial de la voz. Queremos cantaor para otros cincuenta años, aunque yo no pueda verlo.
Y después de unos sentidos fandangos de Antonio Núñez “Chocolate”, se abre paso, como cuchillo en manteca, la llamada fúnebre de la seguiriya. En Villanueva del Ariscal, cuna y hogar de Márquez el Zapatero, siempre ha habido muy buenos aficionados. El alarido con que el cantaor enfila el cante de Paco la Luz deja a los parroquianos con el corazón sobrecogido. Ahí están los Agujetas, el padre y el hijo, en los ojos desorbitados de Samuel. Se pelea con el cante hasta la agonía, produciendo en el espectador un desasosiego que no se puede explicar. Dios mío, qué tengo, qué me está pasando, se me ha liao una soguilla al cuello que me está ahogando. Y para rematar, la cabal de El Fillo. Espeluznante.
Hasta aquí ni siquiera había dado las buenas tardes. Visiblemente emocionado, se dirige al público, que, como el chipionero, está próximo a la extenuación. “Muchas gracias, Aquí, en estos sitios es donde hay que apretarse cantando, porque aquí verdaderamente es donde saben apreciar y saben valorar, más que en los teatros y en los espacios abiertos, que también tienen su cosa”.
Y para devolver el compás a los corazones, Luis el Salao nos regaló su toque por bulerías, trasportando a los asistentes hasta la misma Plazuela. Y Serrano demostró lo bien que se desenvuelve en esas aguas, primero con cuplés y más tarde con El Torta y Antonio el Chaqueta, para terminar con esos villancicos gitanos, los de “Una limosnita quiero que me den pa los niños probes que están en Belén”. Ahora mismo me tomaba yo otro mostito de esos, o una pavía aunque sea.
Espectáculo: Recital de cante flamenco
Lugar y fecha: Peña Flamenca “La Solera”, Villanueva del Ariscal, Sevilla. 22/12/2018
Al cante: Samuel Serrano
A la guitarra: Luis el Salao