Hace justamente una semana fui a escuchar a un cantaor ya veterano al que jamás había visto en persona, o al menos eso creo, y no salí contento del local donde actuó, una casa de pueblo muy hermosa decorada con fotografías, antigüedades, cuadros y otras joyas de coleccionismo. Hubo comida y buenos vinos, o sea, que todo indicaba que sería una gran noche de cante. Y no fue así. El cantaor no tuvo su noche, supongo, porque saber sabe y tiene fama entre los cabales, además de un metal muy flamenco que sonó a gloria en una larga tanda de soleares de Cádiz y los Puertos.
Sin embargo, lo que menos me interesó fue cuando se puso a hablar sobre la historia del flamenco, sin rigor y con cierta mala uva. Y esto me ha animado a escribir hoy sobre un asunto complicado, si los profesionales del flamenco saben o no algo sobre la historia de un arte al que dedican su vida y que les da de comer. No es que un cantaor esté obligado a saberlo todo, porque nadie lo sabe todo, pero sí a tener una idea de cómo se gestó el flamenco y cuáles fueron sus principales intérpretes.
El conocimiento nace de la curiosidad y he conocido a artistas del cante que sabían mucho de este arte. Hoy también los hay, porque ahí está el maestro Fosforito, por citar solo a uno, pero creo que antes eran más curiosos y aficionados. Es solo una opinión, ¿vale? Que nadie se vaya a sentir ofendido. Alguna vez me he referido a lo que sabían de cante Antonio Mairena y Juan Valderrama, artistas muy distintos, aunque grandes los dos. Los conocí y fui amigo de ambos –más de Valderrama, porque murió más tarde–, y puedo asegurar que sabían más que Briján.
Un gran maestro tiene que saber mucho de cante. Y si no sabe puede ser un gran cantaor, pero no un maestro. Camarón no solía hablar mucho de casi nada, pero de cante hablaba poco y no con cualquiera. Era estudioso a su manera, hablando con los viejos y escuchando antiguas grabaciones. Hablaba de Juan Mojama cuando casi nadie sabía si el jerezano era cantaor o futbolista del Cádiz. Pero nunca lo escuché hablar de cante en un escenario, como solían hacer Valderrama y Mairena. Tampoco a Enrique Morente, y éste sí que sabía de casi todo lo relacionado con el flamenco.
Hace unos años organicé un curso en Sevilla para dar conocer el resultado de mis investigaciones de treinta años, aportando una importante documentación inédita sobre artistas históricos, y fueron solo un cantaor y una cantaora: José de la Mena y Alicia Gil. En Sevilla, que es una de las cunas principales del flamenco. Además, el curso se celebró en la Alameda de Hércules, en la calle Peral, donde vivieron la Niña de los Peines, el bailaor Rafael Ortega y José Lorente, y tuvo un café cantante Rafael Pareja. A casi nadie le interesó el curso, y me refiero a los artistas, porque sí contamos con un buen grupo de aficionados.
Esto me apena. Quiero decir el hecho de que los profesionales del flamenco en general muestren tan poco interés por la historia de este arte. Les voy a contar una anécdota. Hace muchos años tenía que presentar uno de mis libros en Ávila, la biografía del cantaor sevillano Manuel Escacena, y aprovechando que cantaba allí esa noche una gran figura del cante, de las más notables de los últimos años, le pedí que me hiciera la presentación. Me dijo que sí y al dejarle el libro para que le diera un repaso en el hotel antes del acto, me comentó que no le hacía falta, que lo sabía todo sobre ese cantaor.
Cuando llegó el acto, comenzó a opinar sobre Escacena y en enseguida me percaté de que no sabía nada, ni siquiera de dónde era. Pensaba que era de Escacena del Campo, cuando Escacena era su primer apellido. Dijo también que era una pena que grabara solo dos o tres discos de pizarra, o sea, cuatro o seis cantes, cuando nos dejó un montón. Me tocó hablar del libro después que él y aporté tantos datos sobre el maestro, que el cantaor de marras no sabía dónde meterse, porque había quedado en evidencia ante un teatro lleno de buenos aficionados.
Al día siguiente cantaba en ese mismo teatro Juan Valderrama, al que presenté en el escenario. Y dijo: “Yo vengo a cantar, no a hablar de cante”. Las carcajadas de los asistentes llegaron a Madrid.