Me hace mucha gracia la manera que tienen de promocionarse en las redes sociales algunos artistas flamencos, sobre todo de la nueva hornada. Lo hacen de una manera que creo que acaban por creerse que son verdaderas estrellas. Algunos a lo mejor no llegan a nada y podrían explotar sus cualidades para la propaganda, el marketing, la representación de otros artistas…, esas cosas. Pocas veces se refieren a la esencia del flamenco, casi nunca cuentan qué les emociona de sus compañeros o de aquellos maestros a los que admiran. No se dan cuenta de que toda esa autopromoción se les vuelve en contra si luego no dan los veinte reales del duro en el escenario, que ahí ya no valen el marketing ni las pamplinas.
A veces ponen vídeos en los que bailan, cantan o tocan para tirarlos o tirarlas a los cochinos, expresión muy de Villanueva del Ariscal, el pueblo sevillano donde nació el gran cantaor Márquez el Zapatero. No solo eso, sino que, por lo general, esos vídeos no son de calidad, así como el sonido, y una vez que los ponen comienzan a rodar de muro en muro y acabas de ellos hasta la coronilla sin ni siquiera haberlos visto. No contentos con eso, algunos suelen ponerles un texto: “Magnífica noche”. Por ejemplo. O sea que te dan ya hasta el titular, qué arte. La crítica hecha, vamos. Esto no es más que un espejismo, algo artificial, porque en realidad no hay tantos nuevos valores de calidad como pudiera parecer, aunque hay algunos muy buenos en las tres facetas, esa es la verdad.
Sufro lo indecible viendo cómo destrozan sus carreras, en vez de ponerse en manos de profesionales, de personas que sepan de verdad hacer un vídeo, un cartel, diseñar una imagen, organizar una gira. Estos días he hecho un poco de limpieza en mi muro de Facebook precisamente por este motivo, porque me repatea tanto autobombo, tanto postureo o fantasmeo. Y me refiero sobre todo a los artistas más jóvenes, porque los veteranos, que son los menos, disimulan algo más su egolatría y tienen otra escuela.
Soy un enamorado de aquella época en la que los artistas flamencos lo eran en el escenario y fuera de él. Veías a Fernanda de Utrera o a Juan Valderrama en la calle, aunque fuera comprando el pan, y te quedabas maravillado. Cuidaban la imagen pero no de una manera forzada, programada, sino natural, con estilo y elegancia. No engañaban a nadie. Afortunadamente ni a ellos mismos. Eran primeras figuras en lo suyo porque lo eran de verdad. Y claro que tenían su manera de promocionarse, de dar a conocer sus espectáculos y sus discos. Pero cuidaban mucho los detalles, la imagen, las relaciones sociales.
Táchenme de antiguo si quieren, pero Marchena no se puso jamás unas botas camperas para ir a un teatro a escuchar a un compañero. Era un ególatra, pero tenía una elegancia y una sabiduría increíbles. Eso sí, no sabemos cómo actuaría de vivir en nuestros días y estar en Facebook o en Twitter. Desde luego, estoy convencido de que no pondría vídeos que le perjudicaran ni publicaría fotografías desenfocadas. No solo el Niño de Marchena, sino el mismísimo Manuel Torres, que aunque pudiera parecer que era un descuidado, no lo era. Una noche, en una fiesta en Sevilla, en La Vinícola, Chacón, que era once años mayor que él, le pidió que no fuera muy desaliñado, porque era una fiesta de alto copete. Respuesta del genio gitano: “¿Cuándo ha visto usté que yo me haya vestío de mantequero para ir a una fiesta?”.