Prometo que será la última vez que escribiré sobre Rosalía, la cantante catalana. Detesto que la llamen cantaora, cuando no lo es, aunque ella vaya de eso desde que empezó. Sinceramente –voy a ser lo más sincero posible-, me gusta que una cantante de trap y pop utilice elementos flamencos en un disco, en su música, porque además es lo lógico en el país del flamenco. Su éxito es impresionante y he leído gilipolleces como que “el flamenco está de enhorabuena”, o que “es una revolucionaria del cante”. A veces comparándola con Vallejo, la Niña de los Peines o Camarón.
Es esto lo que me molesta, no ya como crítico sino como aficionado. Como crítico me interesa poco esta muchacha. Además es que su voz no me entra porque finge una flamenquería que no ha mamado y que, sencillamente, es forzada. Aprenderá a hacer el cante con más naturalidad, pero es que, además, no tiene fuerza para poder con el cante. Sí, poder, con el cante hay que poder y ella tiene escaso fuelle y una vocecita muy endeble. Entonces, ¿por qué tanto éxito? Algo tiene, desde luego, porque una labor de marketing se puede hacer con cualquiera y no tiene por qué triunfar. Ya ven en qué han quedado Estrella Morente o Pitingo. No son malos artistas, y hasta cantan bien, pero también se hablaba de revolución.
“El Camarón blanco”, así llamó Félix Grande a Miguel Poveda cuando fue premiado en La Unión con la Lámpara Minera, y al final quedó para cantar coplas aflamencadas. Que sí, que ya sé que alguien va a decir que hace también el cante flamenco más clásico. ¿Y qué? ¿Alguien paga 70 euros para escuchar al catalán cantar por soleares o seguiriyas? No ha revolucionado nada, como no lo hicieron Estrella Morente o Pintingo. Una cosa es ser un artista de éxito y otra ser un revolucionario. Y Rosalía es, de momento, una cantante de éxito, de un éxito sin precedentes a su edad y en tan poco tiempo. Pero no una revolucionaria del cante, por favor. Seamos serios.
Antes de que grabara El mal querer, el disco que la ha catapultado a la fama, es decir, antes de ser tan conocida, la entrevistaban en los mejores periódicos como si fuera eso, una revolucionaria. Yo la escuchaba cantar en vídeos y decía, pero bueno, si no se puede ser más mala cantando flamenco. En serio, con 23 años, entonces, y no remataba bien ni un solo cante por un problema de fuerza y de técnica. ¿Cómo es que la llamaban revolucionaria, en El País o El Mundo?
El problema es que en el flamenco echamos de menos a los genios que había hasta hace dos o tres décadas, y que ahora no los hay. Y tenemos ganas de que salga una nueva voz que lleve esto hacia adelante y lo revolucione. ¿En serio creen que esa voz puede ser Rosalía? ¿No iban a ser Mayte Martín, Rocío Márquez o La Tremendita? Pues ya verán como ahora no se va a hablar nada más que de Rosalía, porque es lo que toca, aunque sea durante un par de años. Los grandes medios necesitaban un fenómeno español, una voz nueva, para ganar dinero y la encontraron en una chica mona de Cataluña con gancho. Ya la tienen y la explotarán hasta que salga otra cosa.
Estoy asombrado, y hasta abochornado, con el hecho de que hasta críticos y flamencólogos a los que tenía por serios se hayan hecho del club de fans de esta muchacha de éxito. He dejado de seguir a algunos en las redes sociales porque era algo que me superaba totalmente. Incluso que me lastimaba.
El mundo de la música está de enhorabuena, vale. Se anima el cotarro, bueno. Pero no hablen de una nueva revolución en el cante, porque es un insulto para quienes de verdad lo fueron.