“Mi padre me llevaba a las fiestas de señoritos y me daban mil pesetas por cantar, otros días mil duros, que por aquella época era un dinero”, relataba Paquera de Jerez en una de sus entrevistas haciendo referencia a sus primeros años en el cante, siendo una niña. Y es que en el flamenco de siempre ha habido niños prodigios, o lo que es lo mismo, se ha llegado al resultado del peso de la genética materializada en el cuerpo de un ser que comienza a vivir.
El propio José Mercé empezó a aprender a entonar con solo cinco años siendo miembro de la escolanía de la Basílica de la Merced, de su barrio de Santiago. De ahí pasó a formar parte de tablaos y escenarios. Sin ir más lejos, Dieguito de la Margara participó en fiestas y actuaciones, por poner algunos ejemplos, con figuras tan históricas como La Perla de Cádiz o Manolo Caracol, no superando la década de vida. Tampoco podemos olvidarnos de aquel mítico grupo de niños de Manuel Morao titulado España, Jerez, con nombres ahora reconocidos como La Macanita, Manuela Carpio o Tomasito.
Estos casos sirven para demostrar que en Jerez, concretemos zona dado los últimos acontecimientos, el flamenco tiene sentido desde la naturalidad y las vivencias, tomado como algo espiritual desde los inicios del desarrollo del ser por lo que no ha de extrañar que un niño de siete, ocho o nueve años baile o cante para reventar. Nadie pone en duda la valía del talentoso caso, pues qué duda cabe que cuando uno aprecia tal derroche de arte y gracia no tiene por menos que salir aplaudiendo o al menos con una media sonrisa en la boca, caso del monaguillo del Prendimiento, que no se puede aguantar.
Pero de ahí a que se convierta en fenómeno viral cada vez que una criatura exprese su más verdadera -así como inconsciente- jondura me parece cuanto menos llamativo, más que nada porque en esta zona de aquí encuentras por metro cuadrado a una amalgama donde elegir. Tan sólo hay que darse un paseo por la Feria de Jerez, por alguna zambomba, o participar en alguna de las fiestas familiares de los gitanos, y no tan gitanos, de la ciudad.
Siempre encontraremos a los más jóvenes participando. Lo de hacer viral un vídeo de este tipo, y que medios de comunicación de cobertura nacional se hagan eco, no es más que la muestra más evidente del desconocimiento del devenir flamenco cotidiano y de raíz. Si verdaderamente se conociera este arte desde sus reaños nadie se extrañaría tanto de ver a un pequeño dando muestras de desparpajo. ¡Ojo! Debemos seguir disfrutando del mismo modo que hasta ahora porque lo hacen que quitan el sentío, pues lo que es novedoso es la aparición de redes sociales, no que un rorrorito cante, baile o toque las palmas mejor que un viejo.
Eso es más antiguo que los balcones de palo, de toda la vida.