Alguna vez he comentado que Chiquetete fue de los primeros cantaores que me engancharon. Su muerte, pues, el pasado domingo me dejó una gran tristeza porque en mis inicios como aficionado fue muy importante para mí. Incluso cantaba sus cosas, cuando quería ser cantaor. Él, Camarón, El Chozas, Lebrijano y Morente, entre otros como Turronero y Gabriel Moreno, eran mis ídolos en el cante. Pero Antonio Chiquetete no era solo un cantaor que me gustaba, sino un artista al que seguía por los festivales andaluces. Con el paso del tiempo, su deriva comercial dejó de interesarme y me despegué bastante de él. No es que no valorara lo nuevo que hacía, sino que fui evolucionando y empezaron a interesarme más Mairena, La Paquera, Menese, Fosforito, Agujetas o Miguel Vargas.
Chiquetete ha sido uno de los más grandes, pero en el cante jondo no logró consolidarse en una figura de época. Es verdad que tuvo que destacar en una época de grandes del cante y que no le fue fácil, pero se fue a lo más comercial porque le costaba mantenerse entre Lebrijano, Camarón, Pansequito y Morente. Y no es porque no tuviera calidad, que la tenía en muchos palos –los festeros, sobre todo–, sino porque le faltó la jondura, eso que no se aprende en ninguna escuela, sino que se nace con ella como les pasó a Caracol, El Chaqueta, Antonio Mairena, Juan Talega, Manuel Agujetas, Chocolate o la Niña de los Peines.
Antonio estuvo años sin hablarme por una mala crítica que le hice en la Bienal de 1996, titulada Confunden el Maestranza con la Caseta de Feria de Ecovol. Actuó en el festival sevillano y fue un espectáculo tan lamentable que tuve que contarlo por derecho. Pero un día, años después, coincidimos en una fiesta en el Rocío y se vino para mí a darme la mano, con lo que demostraba su nobleza. Antonio era noble, buena persona, y como artista no lo vamos a descubrir ahora que ha muerto. Uno de los grandes, sin duda, del cante flamenco y la canción moderna.
Lo recuerdo cantando en el tablao sevillano La Trocha antes de ser conocido. Ya tenía una enorme personalidad cantando para bailar, disciplina en la que destacó antes de que se dedicara a cantar en solitario y fuera de los cuadros. No ganaba entonces ni mil pesetas por noche, cuando ya ganaban cien mil algunos cantaores de su generación en los festivales de verano de los pueblos. Así que en cuanto pudo, Pulpón empezó a meterlo en la lista y cuando llegó a los festivales fue como un soplo de aire fresco. En contra, claro, de los más puristas, que no vieron con buenos ojos su llegada a algunos festivales, los más cerrados.
Nada de eso evitó que el cantaor trianero se consagrara como una de las grandes figuras del cante de esa época. Ya está en la historia y será difícil que olvidemos una voz tan personal y hermosa.