Cuando empezaba en esto del flamenco, viviendo ya en Sevilla, en los años setenta, acostumbraba a buscar a los artistas mayores para que me contaran cosas de ellos mismos o de otros, y así me hice amigo de muchas figuras del cante y la guitarra principalmente. Les sorprendía que un chaval de 16 o 17 años se interesara por el flamenco y, sobre todo, por ellos, que eran ya viejas glorias casi olvidadas. Me estoy refiriendo a Antonio el Sevillano, Manolo Fregenal, Luis Rueda, Antonio Sanlúcar, Antonio Peana, Eduardo el de la Malena o Cepero de Cantillana, entre otros.
Buscaba también a familiares directos de otros artistas ya desaparecidos. A las hermanas de El Carbonerillo, por ejemplo, que guardaban celosamente fotografías, cancioneros y carteles. Y, sobre todo, recuerdos. Gracias a aquella labor hoy tengo un archivo impresionante, que es fundamental para poder escribir con rigor.
Me llamaba la atención que algunos familiares de los artistas ya desaparecidos no quisieran contarme cosas sobre ellos, porque en algunos casos habían sufrido mucho por cómo vivieron y, sobre todo, cómo acabaron estos artistas. El Carbonero, por ejemplo. Conocí a dos de sus hermanas y no entendían que estuviera buscando datos sobre el cantaor para escribir una biografía. Una de ellas, Anita, me dijo: “Pero si sabes tú cosas que no sé ni yo”. Las sabía, pero las había olvidado o no quería recordar ciertos episodios de la vida del genial cantaor, muerto a la edad de 31 años, en 1937, como consecuencia de la tuberculosis pulmonar, enfermedad muy común en aquellos años.
Solía también recorrer las viejas tabernas de la Alameda, el Barrio de la Feria y la Macarena para hablar con viejos aficionados que hubieran vivido en aquella época gloriosa del cante jondo. En muchas de estas tabernas solía haber fotografías de artistas flamencos. Recuerdo que en una de la calle Relator tenían una de La Moreno con La Malena, una joya. No había visto jamás una fotografía de La Moreno, que estuvo por la Alameda toda su vida cantando en fiestas y reuniones. Me sorprendió que el tabernero me la dejara para hacerle una copia, pero así fue. Y la publiqué en mi libro de la Niña de los Peines.
No conozco hoy a muchos jóvenes que hagan esto, quizá porque existe Internet y buscan cosas de otra manera. Pero es fundamental buscar la información en las personas mayores, sean artistas o simples aficionados. Me molesta mucho cuando algunos menosprecian la labor de los que nos dedicamos a buscar datos sobre artistas ya fallecidos en archivos de juzgados, parroquias o cementerios. “Buscador de muertos”, me llamaron un día. Y de vivos también, por aquello de matizar.
Una última cosa. En los años veinte del pasado siglo, Fernando el de Triana, el cantaor sevillano, se dedicó a buscar datos y fotografías de los artistas del XIX. En 1935, estos datos y documentos gráficos se convirtieron en un estupendo libro, Arte y artistas flamencos, obra sin la que no sabríamos casi nada de muchos artistas, ni siquiera cómo eran físicamente. Algunos seguimos el ejemplo del viejo cantaor y letrista y ojalá los jóvenes continúen esta importante labor. Es difícil, pero apasionante. A veces ingrata, pero necesaria.