El día que conocí personalmente a Antonio Mairena fue, sin duda, el mejor día de mi vida hasta entonces. Fue en 1977, en la Peña Flamenca Niño Ricardo de Sevilla. Como testigo, Paco Robles, el escritor y columnista sevillano. Aquel día, el maestro del cante me dio una tarjeta suya de visita y me invitó a conocer su casa de la calle Padre Pedro Ayala, 12, que ahora creo que está en venta. Acepté la invitación y una tarde fui a tomar café con él y su hermana Rosario, una mujer de una amabilidad extraordinaria, que vivía con el maestro.
Cuando llegué, Rosario me dijo que me fuera un ratito al bar de al lado porque tenía una visita importante, y así lo hice. La noche anterior, Antonio, Curro y Manuel le habían estado cantando a Felipe González, el líder socialista, en el chalé de su cuñado en Dos Hermanas. Y habían ido a llevarle una regalo, en concreto una estatuilla de bronce de otro famoso líder socialista.
Nada más entrar y sentarme con él en su mesa camilla, Antonio abrió la caja de madera y me enseñó el busto. “¿Sabes quién es?”, me preguntó. “Sí, Pablo Iglesias”, le dije. Le llamó la atención que siendo tan joven lo supiera, pero ya entonces era un estudioso de la política, tanto como del cante flamenco.
También le sorprendió que conociera a todos los artistas que tenía colgados en la pared de su salón, un verdadero museo. Luego hablamos de cante y siguió sorprendiéndose de que tuviera ya tanto camino recorrido como aficionado, con solo 19 años. Hablamos mucho de Manuel Torres, que para él fue su principal referencia. Y de Pastora, Tomás, Juan Talega o Joaquín el de la Paula.
Todavía hay mairenistas de Mairena y de otras partes de Andalucía que ponen en duda mi amistad con Antonio, para mí uno de los cantaores más grandes de la historia del flamenco. Nunca voy a decir que fue el mejor porque no lo creo, aunque esto es siempre una cuestión de gusto. Puedo decir el nombre del que más me gusta, y Antonio es de mis cantaores de cabecera, una referencia imprescindible, y en su momento fue para mí la mejor escuela de cante, cuando yo quería ser cantaor.
Estos días se han cumplido cuarenta y un años de aquel encuentro con el genial maestro mairenero. Ahora vivo en su pueblo, Mairena del Alcor, donde participo poco en las cosas del cante, y no es precisamente porque no quiera sino porque no cuentan nunca conmigo. No lo digo porque esté dolido, que no lo estoy, sino como información.
Es verdad que tuve mi época antimairenista, pero sobre todo porque me rebelé con el mairenismo, que es casi una secta en muchos aspectos. Siempre he sabido separar la escuela de Antonio Mairena, que es muy importante, del mairenismo fanático y soberbio que tanto daño le ha hecho al maestro. Es decir, en cierto sentido, soy mairenista, un enamorado de Antonio y de sus hermanos, Curo y Manuel. Pero sigo sin entender la parte ideológica del mairenismo.
Hoy quiero recordar aquel encuentro en la casa del maestro, aquella hora larga, sentado a su vera hablando de cante y de cantaores. También, su sonrisa cuando me veía extasiado mirando las fotografías de su salita: Manuel Torres, Pastora, Tomás, Juan Talega, El Nitri… Y, cómo no, lo que me dijo en la calle al despedirnos: “El cante gitano-andaluz necesita jóvenes como tú para que no se muera nunca”.