[vc_row][vc_column][vc_column_text]Uno de mis primeros cantaores admirados y seguidos fue Manuel Mancheño Peña, El Turronero, con quien tuve cierta amistad. No voy a presumir de que éramos amigos del alma, porque no fue así, aunque nos conocimos bien y hablamos mucho de cante. La última vez que hablamos fue en la Diputación Provincial de Sevilla, una mañana en la que ambos íbamos a buscarnos la vida: los dos fuimos a cobrar algunas cosillas pendientes con esta institución.
Recuerdo que llevaba en las manos mi libro sobre Tomás Pavón, que se lo habían dado en este centro público. “Estoy descubriendo ahora a este genio”, me dijo muy emocionado y con cierta dificultad para hablar, por su embolia cerebral, que al final se lo llevó al otro mundo. Me habló de Tomás Pavón con verdadera veneración y se lo agradecí porque jamás le había escuchado cantar nada del genio sevillano. Turronero era un cantaor tan personal, tan creativo, con un gran talento natural, que no imitó jamás a nadie, aunque se le notaran siempre las influencias lógicas de quien tuvo la suerte de escuchar a todos los grandes maestros, desde Mairena a Perrate de Utrera.
Era un cantaor muy utrerano, por razones lógicas, pero extraordinariamente personal. Y me gustaba eso de él, su sello, además de su compás, con el que jugaba como le daba la gana, saliendo y entrando como quería. Los líos que formaba por bulerías en los festivales de los setenta y ochenta, con un estilo suyo, único, que lo situó en la historia de este palo tan difícil y, por qué no decirlo, vulgarizado hasta la saciedad, con la correspondiente pérdida de pureza.
Turronero me descubrió aquel día algunos aspectos de Tomás en los que apenas había reparado. “Tomás cantaba para él, como si no lo escuchara nadie. Era un genio encerrado en su lámpara, que te transportaba a épocas casi desconocidas del cante jondo. Era antiguo y moderno”, me dijo, dejándome estupefacto.
Le pedí que en cuanto se pusiera bueno quedáramos para que me cantara cosas de Tomás, pero no vivió el tiempo necesario y me quedé con las ganas de escuchar los cantes de Tomasito en aquella garganta tan personal, gitana y de raza. Siempre fui turronerista, pero desde aquella mañana lo era más porque no me esperaba que un cantaor como Turronero, tan anárquico y rebelde, me dijera aquellas cosas del hermano menor de la gran Pastora.
Una de las cosas que voy a hacer este año que acaba de comenzar es escuchar toda la discografía de Turronero, porque necesito regresar a aquellos años para seguir creyendo en el cante que me marcó como aficionado. Turronero me marcó, con aquellos trajes rojos o amarillos y su melena rizada, que no encajaba mucho en aquellos escenarios de los festivales, tan serios y antiguos. Manuel era un moderno, un adelantado. Un creador.
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