Un día tuve un enfrentamiento con el ya ausente Miguel Acal Jiménez, el conocido crítico de flamenco –mi maestro y gran amigo, por cierto–, porque en una tertulia radiofónica celebrada en Sevilla dijo que Camarón fue discípulo de Mairena y le rebatí su afirmación. El genio de la Isla de San Fernando era una esponja, un cantaor que bebió de muchos otros cantaores y de otras cantaoras, aunque todo lo pasó por el prodigioso tamiz de su garganta y su manera de concebir el cante jondo. Nunca lo he relacionado con Mairena porque, sinceramente, creo que no era de su mundo, que eran muy distintos.
Obviamente, el gran cantaor mairenero influyó en muchos otros cantaores de la Generación de Camarón de la Isla, porque a partir de ser condecorado con la tercera Llave de Oro del Cante en Córdoba, en 1962, se convirtió en una de las principales referencias. Valderrama llegó a decirme que “Mairena nos mandó a todos al garaje”, así, en seco. Y fue verdad. No es que fuera mejor que Caracol o Marchena, pero le llegó su momento y supo coger la vara de mando para controlarlo todo. Le pregunté un día que si estaba al tanto de lo que grababan todos los cantaores jóvenes y me dijo que sí, que era su obligación. Los cantaores, además, se encargaban de llevarles sus discos dedicados. Algunos incluso les llevaban las maquetas para que el maestro los orientara, sin necesidad de dar nombres.
Camarón jamás hizo eso, que yo sepa. Admiró siempre a Mairena y lo quería mucho, y el maestro de los Alcores siempre vio en él a un revolucionario gitano, de la nueva hornada, desde que acudió al Concurso de Cante Jondo de Mairena y enamoró a todos con su frescura gitana, en 1966, conquistando el premio de los cantes festeros. Se dice que el propio Mairena influyó bastante en el jurado, en el que por cierto estaban Ricardo Molina y Juan Talega, dos grandes amigos del maestro. Existe la grabación de la actuación de Camarón aquella noche y es innegable que apuntaba ya maneras, aún con un claro apego al clasicismo.
Con el paso del tiempo, José Monje Cruz fue derivando a otras maneras y sé de buena tinta que Mairena no compartía del todo esa nueva línea de cante, aunque siempre fue respetuoso con el isleño. De los nuevos cantaores, el que de verdad le gustaba a Mairena era Enrique Morente, sobre todo en sus principios. De hecho, cuando le preguntaron una vez por los futuros maestros, citó solo al granadino, destacando su inteligencia en las innovaciones, lo que no les gustó nada a José Menese, Lebrijano y otros discípulos de Antonio.
Camarón no era de la escuela mairenera, eso está claro, lo que no quita que admirara al maestro gitano y que alguna vez buceara en su obra para buscar matices y orientarse sobre algunos palos básicos, como hicieron todos. Como hizo el propio Mairena con la Niña de los Peines, Manuel Torres o Juan Talega. No ha habido un solo cantaor en la historia del cante que haya salido con un estilo totalmente nuevo, que no tuviera la influencia de cantaores o cantaoras anteriores. Ni siquiera el más personal de las últimas décadas, como fue Camarón. No hablé muchas veces con él, solo dos o tres, las justas para descubrir que era un gran aficionado, y una verdadera esponja. Solo hay que repasar su extensa obra para comprobar que fue capaz de aprender de casi todos, bordando con hilo de oro fandangos de El Rubio, Antonio el de la Calzá, el Gloria, Juan el Camas o Morente, y hasta de incorporar tonos morentistas en las seguiriyas. Pero no busquen a Mairena en su obra.