Cuando quería ser cantaor solía visitar a los cantaores en sus casas, sobre todo a los que tenía más a mi alcance, que eran intérpretes modestos pero con conocimientos suficientes como para que me pudieran enseñar cosas. No todo se aprende de las figuras. Antonio Mairena hablaba siempre de lo que aprendió de Manuel Torres, Joaquín el de la Paula, Pastora o Tomás, pero de quienes aprendió bastante fue de los grandes aficionados de su pueblo, que había un buen puñado cuando él era niño. Y no habló apenas de ellos en sus memorias o confesiones, quizá porque quedaba mejor referirse a la influencia que pudieron ejercer en él grandes genios como los citados.
Para mí fue importante conocer al Niño de Arahal, que se llamó Jaime Portillo Sánchez. Era de mi pueblo, pero cuando lo conocí, en los setenta, ni él ni yo vivíamos ya en el pueblo. Fue la persona que me llevó a la desaparecida Venta Vega de Sevilla para que conociera a cantaores como Manolo Fregenal, el Gordito de Triana, Cepero de Cantillana, Joaquín de Utrera o El Peluca, que imitaba a Marchena como nadie. Entonces andaban por allí guitarristas como Antonio Sanlúcar, el hermano del gran Esteban, Gutiérrez, Eduardo el de la Malena o Pedrito Sevilla, si no recuerdo mal porque hace ya muchos años, más de cuarenta. Poder escucharlos en ese lugar y hablar con ellos fue un aprendizaje increíble.
Fue también fundamental para mí vivir el ambiente de las peñas flamencas de los barrios de Sevilla y las de los pueblos, porque en cada una de ellas había grandes aficionados que cantaban muy bien. Recuerdo ahora a José Cabello, de La Fragua de Bellavista, que era un verdadero maestro del cante. O a José Collantes, de la Peña Juan Talega de Dos Hermanas, uno de los mejores imitadores de Manolo Caracol. Eran grandes cantaores y me podía acercar a ellos sin problemas para preguntarles cosas y que me pusieran algunos cantes. Sin ellos y muchos más, lo cierto es que no sería ni la mitad de aficionado que soy en la actualidad. Por eso los recuerdo con cariño.
Tampoco olvido a cantaores que eran más jóvenes y a los que seguía por los concursos. Fueron muy importantes para mí hombres como Fernando Góngora, de Sanlúcar la Mayor (Sevilla), Rufo de Santiponce, Itoli de los Palacios, El Canela de San Roque, Juan de la Mariana, El Distinguido, Jesús Carrillo, José Parrondo y muchos más. Los seguía porque eran grandes cantaores y porque eran también personas cercanas, mucho más que las figuras, que eso vino ya más tarde. Cuando me acerqué a las figuras estaba ya preparado para hablar de cante con ellos, con la Niña de la Puebla, la Paquera, Lebrijano, Mairena, Fosforito, Miguel Vargas, Morente o Camarón.
Era la manera de aprender, buscar a los artistas para hacerse amigo de ellos y sacarles todo lo que necesitaba para ser un cantaor aceptable y, sobre todo, un aficionado cabal. Entonces no se aprendía apenas de los discos, aunque jamás desdeñé ese sistema de aprendizaje. Ni el de los libros, porque los libros enseñan sin son buenos y sabemos elegirlos bien. Pero el mejor sistema de todos es, sigue siendo, el de juntarse con los artistas, escucharlos en su salsa y hablar con ellos en la intimidad.
Creo que hoy son otros los sistemas, aunque veo a los jóvenes muy interesados en las figuras, en seguirlas. No sé si tanto por los buenos aficionados, sobre todo mayores, que aún siguen existiendo.