He visto las galas del Festival Internacional del Cante de las Minas de este año y me quedé turulato. Es muy importante que estos festivales, los mejores y de mayor repercusión, mantengan un buen nivel. Con algunas de esas galas no solo no se mantiene sino que se baja el listón de manera considerable. ¿Tanto cuesta sentarse y crear una programación acorde con la importancia de ese festival? Porque es que además algunas de esas galas no reflejan lo que es el flamenco de hoy en día.
Lo que de verdad hay que contar hoy es que están saliendo nuevos valores de una calidad importante y esto no se puede obviar en un festival de esta categoría. Lo digo por el festival de La Unión y también por la Bienal de Flamenco o la cita de Pamplona, de un corte comercial considerable. No me refiero ya a que programen casi siempre igual, sino a que no tengan en cuenta por dónde van los tiros. Y por si no se han enterado, los tiros van por una vuelta a las raíces, a lo clásico, quizá por mor de un cansancio general ante esa avalancha de falsos revolucionarios que se nos vino encima hace una década y media, con el pretexto de que todo arte evoluciona.
¿Quién ha dicho que el cante no ha evolucionado, sin necesidad de que le metan una guitarra eléctrica a una soleá de Ramón el Ollero o un teclado a una pajarona? Los que crean que no hay evolución entre la caña del Niño de Cabra y la de Enrique Morente, que vayan al médico de las orejas. He escuchado a David Lagoscantar malagueñas que se grabaron hace un siglo y darles totalmente la vuelta sin destrozar nada, que ahí está el valor de una evolución bien entendida. ¿Por qué David Lagos no está más considerado como cantaor, si es un verdadero talento del cante?
No entiendo una cosa y espero que alguien me lo explique. Graba Rocío Márquez Firmamento, su último trabajo, y le hacen mil entrevistas en todos los periódicos y revistas del país, por no hablar de las televisiones y las emisoras de radio. Saca Mari Peña su primer disco, Mi tierra, y como si nada. No entro en comparaciones –me gusta bastante más la de Utrera, para qué lo voy a ocultar–, es solo por poner un ejemplo de qué es lo que se está apoyando en nuestros días como flamenco.
El error es considerar antigua la escuela clásica. Es como si se considera antiguo un pase de pecho de José Tomás porque lo hiciera Manolete o vaya usted a saber si Frascuelo, que era muy anterior. El cante jondo renace en cada garganta, así que nada es antiguo, ni mucho menos ha caducado. Estos días estoy escuchando Universo Pastora, de Israel Fernández, y estoy gozando porque no trata de calcar a Pastora, Tomás o El Pinto: se ha empapado de ellos, de la esencia de cada uno, y reinterpreta con mucha frescura ese legado. Este chaval es un fenómeno y tampoco está en esas galas de relumbrón de los llamados festivales punteros.
Lo he dicho muchas veces. Si quienes amamos y defendemos el flamenco clásico, sin estar en contra de lo nuevo con calidad, no trabajamos en su favor, esto acabará mal. Y ahora que me llamen fascista los payasos que pululan por las redes sociales, algunos dedicados al cante.
Hace años que no voy al Festival de las Minas de La Unión y pensaba ir este año para ver cómo se vive ahora una cita que he vivido muchos años y en distintas épocas, desde los ochenta a la actualidad. Seguiré esperando, porque la edición de este año no me gusta nada.