Casi todos los grandes guitarristas de la historia del flamenco han tocado la faceta del concierto, aunque no fueran o sean concertistas natos. Desde Paco el Barbero hasta cualquiera de los de hoy. Lo que pasa es que hoy quieren ser concertistas flamencos hasta los monaguillos, como si eso fuera fácil. Siento ser tan claro, pero esto no puede ser. Cualquiera está en su derecho de grabar un disco tocando solo, se lo pague él mismo o no, pero llamarse concertista es otra cosa. A muchos les pasa como a los que cantan para bailar, que un día se echan a cantar en solitario y no consiguen quitarse a la bailaora de la cabeza.
Todos, sin excepción, comenzaron en la faceta de acompañamiento. Antes de que Paco el Barbero comenzase a dar conciertos por España, con un repertorio ya flamenco, se dejó el alma acompañando a Silverio Franconetti por todo el país. Fue el maestro sevillano quien se lo trajo a Sevilla a finales de la década de los setenta del XIX, donde montó academia y tuvo un tabanco flamenco en la céntrica calle Plata, la misma calle donde tuvieron su academia bolera Manuel de la Barrera y su discípula La Campanera.
Por tanto, cuando se habla de la escuela guitarrística de Sevilla y se le atribuye siempre al Niño Ricardo no es correcto, porque hay que irse más atrás en el tiempo, antes incluso de que naciera Ricardo, cuando desarrollaban su labor guitarristas como el Maestro Pérez, Pepe Robles, Baldomero Ojeda, Antonio Moreno o Antonio Pérez hijo. Sin olvidar a los que vinieron de otras ciudades andaluzas, como el propio Barbero, Juan Gandulla Habichuela, Javier Molina o Antonio Sol.
Uno de los mejores guitarristas sevillanos fue el macareno Pepe Martínez, de la escuela de Ramón Montoya, y apenas tuvo sitio como concertista en Sevilla, teniéndose que ir a Londres algunos meses cada año para poder dar conciertos. Está totalmente olvidado en Sevilla y fuera de Sevilla, siendo uno de los grandes, que fue guitarrista de Marchena y Pastora Pavón, por citar solo a dos de los más grandes.
Hoy hay un gran número de jóvenes guitarristas queriendo ser concertistas sin haber pasado apenas por la batalla del acompañamiento. Paco de Lucía ya se quejó de esto alguna vez públicamente. Él mismo, el gran Paco, era un concertista al que le costó quitarse el cante y el baile de la cabeza, y sé que por decir esto me pueden crucificar. La última vez que lo escuché en Sevilla, en la Bienal, se llevó veinte minutos tocándole al Carpeta. Y ese es el modelo de concierto flamenco que siguen sus discípulos, Tomatito y Vicente Amigoentre ellos. Tocan dos o tres piezas en solitario y enseguida pasan a dejarse las yemas de los dedos acompañando a los cantaores y bailaores del cuadro.
Añoro a aquellos concertistas de otras épocas que venía a Sevilla a dar verdaderos conciertos de guitarra flamenca. A Serranito, por poner un ejemplo. Y no hablemos de Sabicas o Mario Escudero. Te emborrachaban de música flamenca y no venían a dar pachangas festeras, como ocurre actualmente. Salvo al maestro Rafael Riqueni, que este sí que es un concertista de guitarra flamenca, porque es un prodigio de técnica y creatividad. Lo era ya de niño, cuando le sonaba la guitarra como a Pepe Martínez y le daba esplendor a Ricardo o Montoya.
Me encantaría que los jóvenes guitarristas del momento recuperaran aquellos conciertos en los que la guitarra era la verdadera protagonista y no un mero adorno del cante, el baile, la caja, las flautas traveseras y otros instrumentos. Hay entre ellos verdaderos fenómenos de la guitarra, pero concertistas, ustedes perdonen, pocos, aunque les den teatros.