Llámame anticuada, pero sinceramente prefiero a las bailaoras vestidas en el escenario. A estas alturas, todo el mundo en el flamenco, y muchos ajenos a él, saben que Rocío Molina, en su nueva obra, Caída del Cielo, se desnuda íntegra y frontalmente en un bien iluminado escenario. Se tapa los puntos estratégicos con las manos, como si alguien acabara de sorprenderla en la ducha, pero aparte de las horquillas que le sujetan el moño (m-o-ñ-o), se queda en pelota picada.
Huelga decir, ha habido gran variedad de reacciones, todas fuertes: negativas, positivas o tajantemente indiferentes de los que quieren tratarlo como algo totalmente intrascendente. Sea como sea, es hora de mirarlo de frente y dejar de fingir que no es más que una artista expresándose. Esto, decididamente, no es lo de todos los días. Con este solo gesto, la bailaora malagueña aboga por una reelaboración de la esencia del flamenco desde su raíz más primordial. Hasta Israel Galván, el enfant terrible por excelencia, parece cotidiano a su lado.
Antes de proseguir, que quede claro que Rocío es, para muchos aficionados a la danza en general, y al baile flamenco en particular, incluida la que escribe, una intérprete sobresaliente, un auténtico genio. El hecho de que Mijail Baryshnikov se arrodillara a sus pies hace unos años, después de verla bailar, dice mucho. Así que está claro que no se trata de ninguna falta de talento o criterio. Entonces, la pregunta es: ¿por qué? ¿Qué función en el esquema flamenco desempeña, si es que alguna, la desnudez? Recuerdo algunas escenas breves de topless, o el desnudo integral de Ángela Molina en la película de Buñuel, Ese oscuro objeto del deseo, intencionadamente sórdido, con poca iluminación, o de espaldas al espectador. La desnudez de Rocío no fue disimulada. La bailaora pareció un lomo de cerdo en la cámara del carnicero, y mi primera reacción fue que era una chiquillada, indigna de tan brillante artista. Mi generación inventó los hippies, el amor libre y bañarse desnudo en Woodstock, así que no se trata de un exceso de pudor. Sin embargo, no logro superar lo de chiquillada indigna.
En primer lugar, si vas a desnudarte delante de mil doscientas personas, ¿qué sentido tiene taparse con las manos? ¿No significa eso objetivación? Algunos argumentan que la desnudez se ha empleado a menudo en el baile contemporáneo, y otras formas. Pues, no creo que eso modifique de ninguna manera el efecto dramático buscado, y seguramente conseguido por Rocío Molina
Acabo de darme cuenta que Manuel Bohórquez también ha mencionado el desnudo de Molina en un artículo aquí en Expoflamenco. Muy bien, mis comentarios no son más que otra opinión, la de una mujer. Pensando en qué elementos mueven el flamenco, me salen estos: el amor, la muerte, la religión y la familia, especialmente las madres… Pocos géneros musicales dedican más versos a las madres. Si añadimos la desnudez a esta mezcla, parece un despropósito. No funciona con ningún otro elemento, incluso el “amor” en el flamenco puede ser de tipo carnal o espiritual, y no es referenciado explícitamente. Y aquellos pasatiempos tan andaluces, mencionados en tantos versos, el coqueteo y la seducción, pelar la pava, se darían de baja en un mundo flamenco de desnudos frontales, porque son expresiones de timidez, y nos quedaría una versión jonda de aquellos programas de Adán y Eva que se ven en la tele; ya no hay nada que seducir.
A mí, personalmente, no me gustaría ver una moda de nudismo en el flamenco. ¿Y los hombres, qué? En nombre de la igualdad, ¿serán los siguientes? Deja que medite un rato sobre eso…