El año 2018 está resultando ser el año de las mujeres, o más precisamente, el de las feministas. Hemos visto nuevos libros, grabaciones, elaboradas obras, incluso festivales destacando el papel de la mujer. Muchos leyendo estas palabras no tienen edad suficiente para recordar las primeras manifestaciones con hogueras de sujetadores, y aquellos que las recuerdan pueden no compartir mi reacción de vergüenza ajena al respecto. Como mujer en el flamenco que soy, me siento obligada a comentar este tema que vuelve a ser de rabiosa actualidad.
El feminismo en el flamenco se merece atención independientemente del feminismo en general, aunque sólo sea por la fama española de machismo, más marcado en Andalucía, y todavía más en los círculos flamencos. He hablado con muchas mujeres de familias flamencas que son/eran excelentes cantaoras o bailaoras, pero que no fueron permitidas por sus familiares varones cantar o bailar fuera de la familia inmediata, ni siquiera en reuniones de la familia ampliada como bodas, bautizos, navidades, etc. En el episodio El clan de los Pinini (1972) de la famosa serie documental Rito y Geografía del Cante, después de una interpretación conmovedora de Fernanda la Vieja (hija del Pinini y tía de Fernanda y Bernarda de Utrera) de las cantiñas de su padre, la anciana es preguntada por qué no había cantado antes, y ella responde con irritación: “Bueno, ¿qué iba a hacer? ¡si me casé con 19 años!”. La respuesta parece una incongruencia si no se tiene en cuenta el trasfondo social. Eran tiempos en los que una mujer casada, andaluza y gitana, con muy contadas excepciones, no realizaba actuaciones en público.
Sin embargo, sigo sintiendo aquella vergüenza ajena por las acciones y objetivos del feminismo, y el concepto de que debe haber igual representación de hombres y mujeres en cualquier actividad o colectiva, supuestamente porque las mujeres somos “especiales”, y por lo tanto necesitamos mimos específicos. Hay abundancia de mujeres que son forofas del fútbol, pero hombres, muchos más. ¿Importa? ¿Deberíamos estar organizando simposios y mesas redondas para estimular la participación e interés de las mujeres en los deportes? De niña, odiaba los deportes…todavía los odio…y no me gustaría estar obligada a observarlos o participar en ellos.
Según un reciente estudio demográfico por el Institut National d’Etudes Démographiques, de cada mil personas, 504 son hombres, y 496 son mujeres, y a los 25 años, los números se igualan completamente. En circunstancias normales, cuando colectivos raciales, religiosos, étnicos o políticos reivindican sus derechos, se trata de una minoría apelando a la mayoría. La situación de la mitad de una población exigiendo algo a la otra mitad, no tiene sentido en una sociedad de sufragio universal.
Hace más de 50 años, mi profesor de guitarra, Mario Escudero, me informó que las mujeres no tocan la guitarra flamenca. Esta anécdota parece ser ejemplo extremado de un “machote” que ejerce control sobre una mujer “débil”. Pero Mario tenía razón, y estoy profundamente agradecida por haber podido evitar una vida entera de esfuerzo para ser aceptada, hasta en los niveles más elementales. Sin duda, si hubiera tenido el ferviente deseo de dedicarme a la guitarra flamenca, hubiera hecho caso omiso del aviso de mi profesor.
A menudo se cuenta que el gran cantaor, Tomás Pavón, se negaba a cantar en reuniones ante la presencia de mujeres, pudiéndolo evitar. Esto suena escandalosamente chovinista, hasta que tengamos en cuenta lo que había detrás. Los cantaores veteranos todavía cuentan que durante los años flacos de la posguerra española, era normal encontrar trabajo en las “casas de niñas”, donde iba la gente para divertirse. Es obvio que este tipo de lugar no ofrecía el ambiente adecuado para apreciar el buen cante, por lo tanto, se entiende que Tomás, famoso por su personalidad seria y callada, evitaba tales situaciones.
También, se repite el cuento de que las peñas flamencas no admiten a mujeres, o no admitían su afiliación. Es otro concepto basado en hechos mal interpretados. Hace décadas, era relativamente poco habitual que las mujeres tuviesen gran interés en el flamenco. Típicamente, eran los hombres los que disfrutaban del cante en festivales y peñas, aunque las mujeres solían acompañar a sus parejas en estas ocasiones. Por lo tanto, los hombres que se hacían socios de una peña pagando la mensualidad, disfrutaban del privilegio de ser acompañados gratuitamente por sus mujeres. Tan poco visto era que una mujer soltera quisiera unirse a una peña, que no había previsión para tal circunstancia. En aquellos tiempos dominados por los hombres, cuando se veían pocas mujeres en las reuniones de cante, la peña flamenca llegó a ser el lugar más propicio donde eran, éramos siempre bien recibidas y podíamos disfrutar del cante sin tener que estar evitando atenciones no deseadas. Recuerdo que sí había una peña que simplemente no permitía la entrada de mujeres, no recuerdo el nombre, pero sin duda era la excepción que confirmaba la regla. Como flamenca vitalicia, siempre he sido bien recibida en las peñas, y jamás me fue prohibida la entrada en ninguna.
Lo que me gustaría ver en el flamenco es menos discriminación por edad. Es importante animar a los jóvenes, pero el apoyo a los veteranos, los que ya no son tan guapos, no debe ser descuidado. Recientemente escuché la conversación de un representante que comentaba que cierto cantaor, a pesar de ser un artista excelente con grandes conocimientos, era “demasiado viejo para su inserción en el mercado”. Estoy segura que es tan irrelevante la edad como el género para medir la expresión artística.