Estoy convencido de que un recital de estos, con tres gitanas flamencas, hace más por la mujer en el flamenco que todo un congreso de esos en los que tanto perdemos a veces el tiempo. Hoy son Remedios Amaya, Juana la del Pipa y Juana Amaya, y hace siglo y medio eran María Borrico, La Sarneta o Dolores Monge. Las mujeres gitanas siempre han cantado y han bailado. Y algunas hasta han tocado la guitarra, como fue Tomasa Junquera, la hermana de Juan Junquera. Y hasta han creado estilos de cantes por soleá, seguiriyas o tangos. La misma María Borrico fue una seguiriyera de la altura de El Fillo y Silverio, con un macho que se sigue cantando y que pone la piel como el caparazón de un centollo.
Mientras iban cantando y bailando anoche las tres artistas invitadas a la Bienal, pensaba en aquellas legendarias artistas gitanas que no lo tuvieron fácil, como tampoco lo tuvieron fácil algunos intérpretes gitanos. Hay muchos testimonios de cantaores de esta etnia sobre este asunto, el de la negativa familiar a que actuaran en cafés o teatros. No en la misma medida que la mujer, desde luego, pero hubo casos, y algunos muy sonados.
Yendo ya al grano, este recital ha servido también para que reflexionemos sobre en qué estamos convirtiendo el flamenco. Lo de anoche sí fue flamenco, arte, sentimiento y esa naturalidad que tienen las tres artistas. No quiero decir con esto que haya que ser gitana, o gitano, para tener el don del arte jondo. Ya conocen mi postura en este asunto. Pero estas tres mujeres tienen el arte tan pegado a la piel que les confieso que no respiré en casi toda la velada, a pesar que no fue no mucho menos una gran noche que vayamos a recordar toda la vida.
Juana Amaya, la bailaora de Morón, que abrió la noche, debería bailar a domicilio recetada por la Seguridad Social. En vista de cómo está el baile, esta gitana tiene eso que no se puede aprender en una academia: arte y jondura. Se trajo a cuatro cantaores de primera línea en los cuadros, como son Enrique el Extremeño, El Galli, El Pulga y Manuel Tañé. También a su hija Nazaret Reyes, que es de su escuela y muy flamenca, como no podía ser menos. A la guitarra, a Juan Campallo, y en la percusión a Paco Vega, de los Puya de Triana. Martinetes, seguiriyas, soleares y bulerías. Increíble cómo baila todavía la moronera.
Juana la del Pipa, hija de la que fuera gran bailaora jerezana que se hacía llamar también así, es cantaora hasta cuando no canta. Lo explico, porque seguro que hay quienes no lo habrán pillado. Tiene estampa, y eso es ya mucho. Sale al escenario, se planta debajo de un cenital de luz, mira al público sin mover ni las pestañas, aguanta inmóvil veinte segundos y nos emociona. Y eso que, según ella, estaba nerviosa. Cuando canta, casi sin barniz ya en la voz, te transporta a épocas históricas de este arte, cuando el cante gitano olía aún a sopa de tomates y hollín de fragua. Sus soleares, seguiriyas y tientos-tangos no es que fueran de antología, pero ella sí es antológica, porque tiene el don de la jondura.
Remedios Amaya es única en su género. Tenía que ser su noche, después de la lucha que lleva contra una enfermedad que la ha hecho sufrir, pero que no la ha hundido. Con un guitarrista excelente, El Perla, y un cuadro de palmeras vestidas todas de negro –demasiado negro todo, no lo entiendo-, Remedios dio todo lo que podía dar y un poco más. Mal en el taranto y la cartagenera grande, se desquitó cuando empezó a tocar sus palos, los festeros, estando muy larga por tangos y en su línea por bulerías, con una letra preciosa dedicada a Moraíto Chico, del viseño El Chichi. Muy habladora y feliz, la cantaora prometió espectáculo propio para dentro de dos o tres años, lo que indica que ha vuelto.