La Niña de los Peines (Sevilla, 1890-1969), nació en el barrio de la Puerta Osario de esta ciudad, en la calle Butrón, donde vivía su tía Manuela, una de las hermanas de su madre. Gitana, su madre, Pastora Cruz Vargas, era natural de Arahal, hija de un gitano herrero que se llamó Tomás y al que apodaban el Tío Calilo. Su padre, Francisco Pavón Cruz, apodado El Paíti, de El Viso del Alcor (Sevilla), se crió en la localidad cercana de Tocina y fue un herrero de prestigio, en concreto un gran machacador, por su fuerza.
Tanto el padre de Pastora como su madre cantaban muy bien, él por tonás y ella por tangos. Casados, en 1882 nació en Arahal el primer hijo del matrimonio, José Ángel Pavón Cruz, o sea, Arturo Pavón, el que sería primer cantaor de la familia. Al poco tiempo abandonan Arahal y se van a vivir a la Puerta Osario, porque El Paíti se colocó en la herrería de los Lérida de la calle Sol, en San Román. En aquel tiempo, ese barrio era habitado por muchos gitanos herreros con apellidos que se daban también en Triana, como Bermúdez, Fernández, Camacho o Rodríguez. Pastora vivió todo aquel ambiente siendo una niña, como lo vivió también su hermano Arturo y su otro hermano, el genial Tomás, nacido en 1893 en la calle Leoncillos, perteneciente a la Parroquia de San Ildefonso.
Los hermanos Pavón no pasaron su infancia en la Alameda de Hércules, como se ha dicho alguna vez, sino en este barrio, la Puerta Osario, donde nacieron algunos artistas de renombre y vivieron también figuras tan relevantes como El Brujo del Puerto, La Juanaca de Málaga o el gran guitarrista sanluqueño Paco el Barbero. Antes de irse a la Alameda, la familia vivió también en Triana, curiosamente no en la Cava de los Gitanos –Cava Nueva–, sino en la calle Castilla, en la parte de los alfareros, cerca de donde nació el gran maestro del cante trianero, Ramón el Ollero, que era de la calle Procurador, que va desde el Hotel Triana a Castilla.
Cuento todo esto porque aunque Pastora fuera gitana y criada entre gitanos –de la familia de los Pelaos de Utrera–, desde muy jovencita tuvo un ídolo, Don Antonio Chacón. Cuando le preguntaban por sus cantaores preferidos, siempre decía: “De los castellanos, Chacón”. Era la base de parte de su repertorio. Si admiraría al genio jerezano, que cuando murió, en 1929, grabó discos en su honor, con el sello Polydor, cantando algunos de sus cantes, como la media granaína, la malagueña o los caracoles, lo que no hizo cuando murió Manuel Torres, cuatro años más tarde, en 1933, su otro ídolo del cante.
Pastora era gitana, pero eso no le impedía adorar al gran gaché de Jerez. Tampoco admirar al también cantaor, sevillano, Manuel Escacena, con el que tuvo una relación sentimental hasta la muerte del artista, en 1928. O a Manuel Vallejo, al que llamó una vez, en la grabación de un disco del genio, “Rey del cante”. O a Pepe Marchena, al que adoraba y a veces le pedía que le cantara solo a ella. Es decir, Pastora no tuvo jamás prejuicios a la hora de admirar a artistas no gitanos, aunque era muy gitana y tuvo entre sus ídolos a cantaoras como La Sarneta, un nombre sagrado en la casa de los Pavón.
Cuando era ya muy anciana, le gustaba La Paquera de Jerez. Decía que sería su sustituta. Y fue una gran admiradora de artistas de la copla como Juanita Reina, cuyas canciones metía por bulerías como nadie. Luego, le gustaban los grandes compositores de música clásica, como Chopin, el ídolo de su hermano Tomás. Incluso Antonio Machín. A lo mejor por eso no acabó de convencer a viejos gitanos como Juan Talega, quien la veía agachoná, es decir, demasiado influenciada por cantaores no gitanos como, por ejemplo, Chacón.
Pastora Pavón fue un ejemplo de artista liberada de prejuicios, que aprendió de todos y a la que no se le cayeron nunca los anillos para reconocer la importancia de Chacón o el valor de Manuel Vallejo. Se midió con Chacón muchas veces, en ocasiones mano a mano con él en algún teatro sevillano como el Cervantes, que fue cuando el maestro de Jerez le puso un apodo, La Fiera. Sin embargo, si viviera, hoy le dirían que estaba contribuyendo al “blanqueamiento” del cante. Ya ven lo poco que hemos aprendido.