Texto y foto: Alberto Guillén
Felizmente jubilado y tranquilo en su casa, que bien pareciera un pequeño museo, Antonio Cruz Madroñal (Mairena del Alcor, 1951), sobrino de Antonio Mairena y heredero y administrador de su legado y propiedad intelectual, así como asistente personal del artista hasta su muerte, analiza para Expoflamenco el duro momento del que este día 5 de septiembre se cumplen 35 años.
Para Antonio Cruz, que traga un pequeño nudo antes de contestar, “aquello fue un momento dificilísimo, la muerte de mi tío fue un palo demasiado gordo para todos”. La persona que había sido brújula y personificación de un sentimiento tan poderosísimo como aquello que se dio en llamar cante gitano andaluz, desaparecía, “y claro, muchos nos preguntamos ¿ahora qué? Se abría un vacío demasiado grande y muchos realmente teníamos dudas sobre para dónde tirar”. Recuerda cuando lo llamaron “y nos fuimos para Sevilla con mis tías”. Cruz, que entonces contaba poco más de una treintena de años, se enfrentaba al devastador momento emocional y al mismo tiempo al reto de dar sepultura al que probablemente era la figura más importante del flamenco en ese momento. “Recuerdo”, continúa, “que tuvimos que volvernos a Mairena, al cementerio, para ver dónde y cómo se iba a enterrar. Con el alcalde estuvimos mirando y se decidió que ahí a la entrada era el sitio más importante de todo el camposanto y nos decidimos por él, donde ahora está enterrado y se inauguró más tarde el mausoleo”.
Cruz dice mantener muy vivas “las imágenes de la capilla ardiente en el Ayuntamiento”, donde dice que “yo no he visto tantísimas coronas de flores nunca más en mi vida”. También rememora la cantidad de condolencias llegadas: “El otro día estuve escaneando telegramas precisamente, que yo no sé cuántos llegarían, cientos. Llegaron notas de la Moncloa, del Ministerio de Trabajo, de la Junta de Andalucía, de Cultura… Yo no sé, de verdad varios cientos”, sentencia. También tiene muy presente “la muchedumbre que lo inundaba todo. Mairena entera se volcó en el entierro y vino muchísima gente de fuera, del mundo del flamenco, aficionados. Era impresionante los ríos de gente que llenaban las calles”.
Cruz, que formó parte como secretario hasta su jubilación de la Fundación Antonio Mairena, creada tras el fallecimiento del cantaor universal, mantiene, al igual que ya han hecho en público muchos artistas, que “Antonio Mairena sigue vivo. Sigue vivo en su obra, ahí están tantísimos cantes a los que siguen volviendo muchos jóvenes y tantos aficionados, y sigue vivo en todo lo que dejó escrito, y en definitiva en las amplísimas representaciones que conforman su aportación al flamenco”. Precisamente es su sobrino el responsable y custodio de la propiedad intelectual de Mairena, que aguarda encontrar un paradero propicio al alcance de la afición y su pueblo. Es quizá el único y gran anhelo del sobrino del artista, quien nunca ha escondido sus ganas por abrir ese gran museo dedicado al maestro de Los Alcores, ese espacio definitivo que dignifique su obra y trayectoria.
Sin embargo, Cruz defiende que eso “no se puede hacer de cualquier forma”. Matiza que sería “lo justo y lo mejor para el pueblo de Mairena, que es lo que quiso siempre mi tío, él quería lo mejor para Mairena”. Cruz no niega que haya habido “buenas intenciones” a la hora de abordar este apetecible proyecto, pero no se encuentra del todo de acuerdo con las formas. Pone como ejemplo a los municipios “de Algeciras y San Fernando, donde se van a abrir los museos de Paco de Lucía y Camarón, y donde lo primero que se ha hecho es contar con la familia, que es lo que hay que hacer”. Porque según defiende, “todo el legado de mi tío, lo normal sería que se pudiera recoger en este museo, pero eso no se va a hacer de cualquier forma, te lo aseguro, hay que hacerlo de la manera que Antonio merece”.
Y hablando de legado, quizá uno de los elementos más valiosos que el cantaor legó al pueblo que lo vio nacer es el Festival de Cante Jondo Antonio Mairena, la cita que surgió a raíz de la consecución de la III Llave de Oro del Cante, y que tantas noches de gloria flamenca ha dejado en Los Alcores. Antonio Cruz opina que “goza de buena salud, y ahí hemos podido ver la cantidad de gente que ha concentrado este fin de semana”. Apartado de recientes polémicas, a las que dice “no echar cuenta para no dar a nadie más importancia de la que tiene”, prefiere centrarse en la buena respuesta del público “que tras unos años que parecía traer a menos gente, otra vez está ahí y con la Casa Palacio abarrotada”. Cruz estuvo vinculado prácticamente desde sus inicios al festival, pero ahora su vinculación en lo organizativo es cuasi testimonial, con lo que “no entro a valorar carteles, a mí me dicen que viene fulanito o setanita y siempre digo lo mismo, muy bien”. Ahora sí, abunda, “lo que hay que tener claro es que al Festival de Mairena siempre han venido las primeras figuras y así tiene que seguir siendo, no hay otro camino”.
Menos entusiasta, aunque esperanzado, se muestra ante el concurso que nació paralelo al festival, al que confiesa que “llevamos años dando vueltas para dar con una fórmula que lo revitalice, como ha pasado con el festival”. “Tanto la Casa del Arte Flamenco”, explica, “como el Ayuntamiento hemos barajado varias opciones, pero no hemos dado con la fórmula que queremos. Quizá habría que darle una vuelta, no sé, pero necesitamos volver a enganchar a la afición y al pueblo con el concurso”.
La conversación con Antonio Cruz deriva otra vez casi en el principio, con la evocación del triste 5 de septiembre de 1983, y los días previos al nefasto fallecimiento. Días en que se preparaba la celebración del Festival, al que “Antonio nunca pudo venir porque se lo desaconsejaron seriamente los médicos”. Cruz recuerda que fue una de las ediciones con más público que se han tenido y recuerda “que aquel año vino Camarón, se vendieron yo creo que más de 3.000 entradas. Recuerdo que teníamos que meter más sillas por la tapia de atrás de la academia corriendo”. Como nos negamos a recordar al maestro en efigie y preferimos una imagen viva, exhortamos a Cruz alguna anécdota, y el sobrino evoca con dulce melancolía de los días en que “Antonio venía al Ayuntamiento a buscarme y despachábamos lo que fuera. Luego yo lo solía acompañar a coger el autobús para Sevilla. Era muy serio pero conmigo se metía mucho, me gastaba sus bromas y nos reíamos mucho”.