Cuando se dice que Triana, el viejo arrabal de Sevilla, era en el siglo XIX un hervidero de artistas fundamentales, es totalmente incierto. A mediados de ese siglo vivían allí pocos artistas profesionales del cante, el baile y el toque, y el flamenco se daba solo en tres o cuatro familias del barrio, en linajes como los Caganchos, los Pelaos y los Puyas. Estos eran genuinos trianeros. Luego estaban los que llegaron de otras partes de Andalucía, como El Fillo, Antonio Ortega Heredia, quien llegó a finales de los años veinte y murió cincuenta años después en el mismo arrabal. O Frasco el Colorao, que llegó a mediados de la cuarta década de ese siglo siendo ya un cantaor veterano. Incluso La Andonda, la compañera de El Fillo hijo, Francisco Ortega Vargas, que vivió más tiempo en Málaga que en Triana, quizá porque era rondeña y le tiraba su tierra.
Recuerdo cuando Antonio Mairena decía que esta cantaora gitana era trianera, y la madre de todas las soleares arrabaleñas. Pues no, era rondeña, como se encargó de demostrar Luis Javier Vázquez Morilla, y vivió poco en ese barrio sevillano de tanta importancia flamenca. Así se ha escrito la historia del cante jondo, diciendo cada uno lo que le ha parecido, en Triana o en Jerez y los Puertos. En lo referente a Triana, la creencia general de los propios trianeros es que allí empezó todo, porque a Serafín Estébanez Calderón le dio por escribir un relato sobre una fiesta en la Triana los años veinte del XIX, un Baile en Triana, publicado en prensa en 1842. De no ser por este relato, la verdad es que hubiera escrito poco sobre Triana en la gestación del flamenco.
Sevilla en general no hace mucho para que se conozca su historia flamenca, pero Triana tampoco es que tenga interés. Al decir Triana quiero decir los trianeros, claro está, que se quedaron en lo grande que era La Cava, que hoy no existe, es solo el recuerdo de una época gloriosa del arrabal, cuando gitanos fragüeros se citaban en el Arquillo para zurrarse por tonás y los alfareros hacían lo mismo en las tabernas de la Cava Vieja para medirse por soleá marcando el compás con los nudillos en una mesa o en la barra de roble de las tascas. Eso no existe ya, como tantas otras cosas. Pero los trianeros más castizos, de los pocos que van quedando, siguen viviendo del recuerdo de aquellos lejanos años. Esto es bonito, sin duda, porque es una manera de mantener viva aquella Triana, pero tendrían que, al menos, conocer lo desconocido.
Hace ya meses que cerré una importante investigación sobre el origen del flamenco en Triana, además de un estudio sobre sus principales artífices, y quiero empezar a dar a conocer el resultado de la investigación. Un siglo de flamenco, el XIX, lleno de momentos gloriosos y también de lagunas o de cosas que hay que desmentir. Solo entonces podremos escribir de una vez por todas la verdadera historia del flamenco en Triana y afirmar o no su importancia en la gestación del flamenco, algo innegable, pero que necesita matizaciones y, sobre todo, aportaciones novedosas. Ya está bien vivir de las rentas y la historia.