Parece que cada vez sea más difícil poner de acuerdo a la afición flamenca en algo. En realidad la polarización viene de lejos. Yo diría que desde el mismo origen. Sin embargo, de un tiempo a esta parte hay un tema concreto en el que parece haber “quórum” y éste no es otro que el de la vertiginosa evolución que ha experimentado la guitarra flamenca durante los últimos cincuenta años y el papel que hoy en día desempeña dentro del género jondo, en el que ha pasado de ser la eterna acompañante a tener un papel protagonista.
Que eso hoy sea así se lo debemos, sobre todo, a la generación que ha antecedido a la actual. Esa en la que han sobresalido nombres como los de Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía, quienes con su infatigable labor y su obra han conseguido elevar a la guitarra hasta cotas nunca antes imaginadas. A los más viejos del lugar les será relativamente fácil hacer memoria para recordar históricos recitales de cante y grandes espectáculos de baile flamenco. Sin embargo la cosa se complica cuando se trata de hacer lo propio con conciertos de guitarra. Obviamente, también los ha habido, pero en mucha menor medida que los anteriores. Y eso que quién firma ha crecido en un pueblo en el que, afortunadamente, era bastante frecuente tener la oportunidad de asistir a un concierto de guitarra solista. Quizás por esa tradición, hoy existan una serie de puntos geográficos en los que ha florecido una escuela guitarrística y una afición capaz de sentarse a disfrutar de un concierto instrumental durante más de una hora. Lo cual me lleva alcanzar la conclusión de que las tradiciones educan mucho más de lo que realmente somos conscientes.
A pesar de ello, siempre han sido casos aislados. Una minoría silenciosa a la que el paso de los años la ha hecho tener que resignarse y admitir aquello de que “en casa del herrero, cuchara de palo”. Ya que basta con salir fuera de nuestras fronteras para ver la admiración y el valor que se le da a la guitarra flamenca en todo el mundo. Una presencia que es inversamente proporcional a la que se le da en su país de origen. De hecho les propongo un ejercicio muy sencillo. Busquen en cualquier navegador festivales de guitarra y tardarán muy poco en comprobar cómo siendo el instrumento nacional por excelencia, el número de festivales que hay fuera de España es exponencialmente muy superior del que se celebran en nuestra tierra.
Aún son muy pocos y de manera bastante reciente los festivales flamencos que le dedican un apartado a la guitarra. No hay más que revisar los carteles de las programaciones más estables o de los festivales más importantes, para ver la proporción que esta ocupa en comparación con el cante y el baile. Los argumentos y/o excusas de los responsables de dichos ciclos son siempre los mismos; “la guitarra no llena”, “la guitarra tiene un público minoritario”, “la guitarra no vende”. Excusas que a un servidor le suenan muy parecidas a las justificaciones que dan los responsables de los canales televisivos para sus programaciones en base a los índices de audiencia. Porque al salir de nuestras fronteras, uno ve y celebra que la guitarra flamenca goce del respeto, la admiración y el sitio que sigue sin tener en su propia tierra. Así que a la actual generación de guitarristas les ha tocado continuar con el trabajo que iniciaron maestros como Paco y Manolo para poco a poco continuar conquistando espacios. Tesón, trabajo y horas les echan cada día. Calidad, les sobra.
Fernando González-Caballos