El flamenco ha sido muy tratado en el cine y se han hecho películas interesantes y también verdaderos bodrios llenos de tópicos. Sin embargo, se han realizado pocos documentales de carácter histórico. No sé en qué están pensando los muchos y buenos directores andaluces con los que contamos en la actualidad, porque el arte jondo podría ser una auténtica mina. Claro que para eso se tendrían que implicar financieramente las instituciones públicas andaluzas y parece que no están por la labor.
Figuras históricas como El Planeta o Silverio, por citar solo a dos personajes claves de la historia del flamenco, darían buen juego tanto en una película como en un documental. Los datos están ahí, como resultado de las investigaciones que se han llevado a cabo en los últimos años. Por tanto, es solo cuestión de ponerse manos a la obra.
Silverio, por ejemplo, es un personaje que ni pintado para ambas cosas, porque su vida fue aventurera a más no poder. Un niño que nace en 1831 en la capital andaluza, en aquella Sevilla aún amurallada, cuna de grandes pintores y músicos, con academias y salones de baile. Hijo de un militar romano y de una alcalareña de Alcalá de Guadaíra, aunque su familia era sevillana. Era la época de las grandes boleras y los grandes boleros sevillanos, de maestros como Félix Moreno o Miguel de la Barrera El Platero. Silverio era coetáneo de La Campanera, Manuela Perea y Petra Cámara, las tres grandes boleras sevillanas.
Me lo imagino de niño tomando parte en veladas y fiestas junto a ellas, aunque al quedarse huérfano de padre a finales de la cuarta década del XIX, se afincó en Morón de la Frontera, donde acabó de enamorarse del cante escuchando a los flamencos de esta localidad sevillana. Me lo imagino también viniendo a Sevilla en aquellas diligencias para cantar en las academias de mediados de siglo junto a pioneros del cante como Ramón Sartorio, José Perea, Enrique Prados, José Lorente o Paco el Sevillano, su gran amigo.
Y si no es ya suficientemente cinéfila aquella época, está lo de su viaje a Latinoamérica, en 1857, enrolado en una cuadrilla de toreros, de picador de toros, donde también fue sastre, el oficio de su padre y de su hermano mayor, ambos llamados Nicolás. La de aventuras que viviría el joven Silverio en aquellas tierras, hasta que decidió volver a Andalucía, en 1864, para continuar con su carrera de cantaor y, sobre todo, comenzar su otra faceta, la de empresario de cafés cantantes y compañías de flamenco, convirtiéndose en la gran figura de su tiempo y en el hombre que estaba llamado a ser la figura clave para del despegue definitivo del arte flamenco.
Luego están sus grandes amores, con dos sonadas bodas, la primera con una linarense, en Málaga, y la segunda con una trianera, en la mismísima Catedral de Sevilla. Y sus escándalos, sus anécdotas y sus broncas en los cafés. ¿No les parece increíble que a ninguna productora española o andaluza no se le haya ocurrido aún la idea de llevar esta vida al cine, siendo Silverio, como fue, uno de los grandes músicos europeos de su tiempo?
No sería de extrañar que apareciera un día una productora americana o japonesa a darnos esa bofetada sin mano que merecemos por nuestra desidia con un arte que hace ya décadas que conquistó el mundo y que deja pingües beneficios cada año en Andalucía. Contar la historia de este viejo y nuevo arte a través de Silverio Franconetti, ahí dejamos la idea, el viejo sueño de no dejar morir al primer gran aventurero de lo jondo. A aquel gaché de Sevilla, de la Alfalfa, el hijo del sastre romano, al que Federico García Lorca le puso sabor: La densa miel de Italia, con el limón nuestro…