Se abre la temporada, amigos. El gobierno municipal de Jerez de la Frontera, por segundo año consecutivo, ha visto la necesidad de regular, programar y autorizar –o no autorizar– las numerosas zambombas que año tras año se han multiplicado en las calles, cafeterías, colegios, asociaciones culturales, peñas flamencas, bares, lugares públicos y privados de esta ciudad tan empapada de tradición. La ciudad del flamenco, del vino y de los caballos –vaya combinación afortunada–, ha logrado rescatar una tradición folklórica que casi había desaparecido hace cuarenta años. Y no sólo se ha rescatado, sino que se ha convertido en fenómeno social.
A menos que seas jerezano, es probable que no acabes de comprender de qué iba ese primer párrafo. A saber. ¿No es una zambomba un instrumento folklórico percusivo fabricado en casa de algún tipo de membrana estirada por una especie de tambor que produce un peculiar sonido ronco cuando un palo se mueve arriba y abajo a través de un agujero en la membrana? La respuesta es sí. Pero en Jerez, cualquier reunión, organizada o improvisada, en lugar cerrado o al aire libre donde se cantan canciones de Navidad, también se llama zambomba, independientemente de si está presente o no el instrumento del mismo nombre.
Hace unos 40 años, en Andalucía, en el mes de diciembre, se cantaba y se escuchaba un repertorio relativamente contemporáneo de canciones navideñas: villancicos como Los peces en el río o Ya vienen los Reyes Magos. Pero numerosos villancicos folklóricos antiguos, que se habían cantado durante siglos, estaban cayendo en el desuso. Desde el siglo XV, en las zonas del sur y centro de la península ibérica, además de Portugal y Extremadura, estas canciones tradicionales habían estado circulando. No estaban específicamente asociadas a la Navidad hasta el siglo XVI. Ya, en el siglo XIX en Andalucía, en particular en las localidades de Trebujena, Jerez de la Frontera, Arcos de la Frontera y Medina Sidonia, los villancicos iban adquiriendo un sonido aflamencado.
Avanzada la década de los 1970, cuando el guitarrista jerezano Manuel Parrilla tomó nota de la paulatina pérdida de esta herencia cultural, e iba de casa en casa para grabar lo que quedaba de las canciones navideñas que cantaba la gente, en su mayor parte, los ancianos.
Explica Parrilla:
“Recogimos una herencia, costó mucho trabajo encontrar eso, había que ir a residencias de ancianos, hablar con ellos con el tremendo problema de que cuando entraba el último rey mago ya no se acordaban, estaban acostumbrados a evocar estas canciones con la fecha, no el resto del año”.
La noticia del proyecto se difundió, y pronto la Caja de Ahorros de Jerez publicó lo que llegaría a ser una legendaria colección, casi 30 discos que documentaban esta música tradicional, en peligro de extinción. Las grabaciones tenían tanto éxito que la gente empezaba a aprender las canciones que de esta manera volvían a circular, y nació la nueva zambomba, que incluía los villancicos primitivos de las grabaciones, además de composiciones contemporáneas y otras canciones de versos temáticos cantados a los compases y escalas habituales del flamenco, en particular bulerías y tangos de artistas como La Paquera de Jerez o Manuel Soto Sordera, entre otros.
Que sirvan de epílogo y resumen de este fenómeno cultural las palabras del historiador de la música Juan Pedro Aladro: “La zambomba no era flamenca y se aflamencó, y la aflamencada Parrilla con Gerardo Núñez, que era el segundo guitarrista de aquel volumen. Manolo fue el vehículo ideal, fue un gran músico, y la innovación de la guitarra que introdujimos, hizo que aquello adquiriera una nueva dimensión. […] Todo el mundo se ha tragado que esto era de los flamencos. Pues mire usted, no. Eso era de los payos, era una celebración paya que se ha adoptado y adaptado”.