En mayo de este año se van a cumplir 150 años del nacimiento del guitarrista flamenco más importante de Jerez de la Frontera, Javier Molina Cundi. Nació el 4 de mayo de 1868 en la calle de la Merced, en pleno barrio de Santiago, hijo del jornalero jerezano Francisco Molina López y de la también jerezana Antonia Cundi Sánchez. Este niño llegaría a ser tres décadas más tarde el gran maestro de la guitarra jerezana, una vez que tuviera su etapa de aprendizaje con grandes maestros como Paco el Barbero y el malogrado Antonio Sol, el primero sanluqueño y el segundo también jerezano.
Curiosamente ninguno de los maestros de Javier Molina fue gitano, ni siquiera el célebre Patiño de Cádiz u otro Francisco Cantero, guitarrista jerezano que no era Paco el Barbero, o el lucentino Paco el de Lucena. Lo digo por lo intransigente que es a veces Manuel Morao, para quien los no gitanos que hacen flamenco son casi unos intrusos en su propia tierra. Pues Javier Molina no lo era y tampoco se hizo en ninguna escuela gitana del toque, que por otra parte no existía en Jerez. Ni en ninguna otra parte de Andalucía, por cierto y sin querer iniciar ningún debate flamencológico.
Aunque Javier vivió el ambiente desde niño en su propio barrio, alcanzando a cantaores como el Loco Mateo, Antonio y Diego el Marrurro, Joaquín Lacherna y Frijones, entre otros, le sirvió de mucho el viaje que realizó con Chacón y su propio hermano Antonio, que fue bailaor aficionado. En ese viaje por pueblos sobre todo de Cádiz, Sevilla y Huelva, Javier aprendió no solo a tocar mejor la guitarra, sino a ser artista y a sufrir en un arte que entonces, en el último tercio del siglo XIX, era muy duro.
El encuentro con Salvaorillo de Jerez en Huelva –nacido realmente en la localidad cordobesa de Benamejí–, no fue importante solo para Chacón sino también para Javier Molina. Salvaorillo no andaba por Huelva en aquellos años por el clima o la mar, sino porque Silverio y Juan de Dios habían abierto cafés cantantes en esa ciudad andaluza y el cordobés era hombre de confianza de Franconetti. Salvaorillo era gran amigo y compadre del sevillano Maestro Pérez, y éste lo era a su vez de Paco el Barbero, quien no solo tuvo en esos años un tabanco en el centro de Sevilla, sino una academia de guitarra en San Esteban, el barrio de la niñez de Silverio.
Por tanto, como cuando Javier Molina llegó a Sevilla por primera vez acompañado de Chacón, su hermano Antonio y Salvaorillo, estaban en la capital andaluza Paco el Barbero, el Maestro Pérez y su paisano Antonio Sol como pilares de la guitarra flamenca, queremos entender que Sevilla fue fundamental para el que con el paso de los años sería el brujo de la guitarra flamenca, bautizado así por el célebre Fernando el de Triana.
De ser discípulo de aquellos grandes maestros de la guitarra, Javier Molina pasó a ser maestro de otros guitarristas sevillanos o que, como el cordobés Antonio Moreno, se criaron en Sevilla. Caso también de Currito el de la Jeroma. Con toda esa esencia por Sevilla, no es extraño que en las dos primeras décadas del pasado siglo surgiera un nuevo genio del toque, el Niño Ricardo, encargado de abrir otra etapa de la guitarra y de crear el toque moderno en compañía de Montoya, Sabicas y el propio Javier.
Una de las asignaturas pendientes de Jerez quizá sea la de investigar en su escuela guitarrística, porque si en el siglo XIX no fue muy notoria, en el siguiente sí lo fue hasta desembocar en la que conocemos actualmente, con la indudable influencia de los Morao y figuras tan relevantes como Parrilla, Moraíto Chico, Paco Cepero, Niño Jero o Gerardo Núñez.
Todo lo empezó el genial Javier Molina Cundi hace más de ciento veinte años. Así que todo lo que se haga por su memoria sería poco.