Estos días, en ese interminable debate en las redes sociales de lo que es no es flamenco, alguien dijo algo que he dicho en más de una ocasión y que es una verdad irrefutable: que todo el mundo no está dotado para interpretar el flamenco. Digo flamenco porque es lo que nos ocupa, pero podría decir lo mismo sobre otras muchas cosas. Pero, ¿quién es quién para criticar al que canta, baila o toca la guitarra, porque le gusta?
Otra cosa es que haya personas que se suban a un escenario sin dar un nivel aceptable, aunque cuando alguien se sube a un escenario es porque ha sido invitado a ello. Sinceramente, creo que el flamenco corre un serio peligro de vulgarización por este motivo, porque el nivel está de pena y los escenarios deberían de estar solo para los que tienen el don y saben.
Soy cantaor, es decir, canto como aficionado y conozco el cante como el mejor cantaor. Sin embargo, un día me di cuenta de que no valía para el cante por muchas razones, entre otras, porque soy excesivamente tímido. Luego, porque no tengo el don del arte, el duende, el pellizco. ¿Es que yo me di cuenta y otros no? Pues sí. Algunos y algunas cantan para tirarlos o tirarlas a los cochinos y siguen subiéndose a los escenarios, aunque sea gratis. A los escenarios de peñas y festivales, y hasta les pagan en ocasiones. Es verdad que todo el mundo es libre de ser lo que quiera ser y que la vida es dura a veces, pero esto ha llegado a tal grado de estupidez que no entiendo cómo no le ponemos remedio. O somos serios y responsables o esto no tiene arreglo.
¿Hay que estar dotado para el flamenco? Claro que sí. Incluso para sentirlo. No todo el mundo es capaz de sentir emoción escuchando flamenco. A veces, sobre todo en la Bienal, veo que más de mil personas se levantan y aplauden con fuerza un cante que, sinceramente, no era para aplaudirlo. Generalmente, esto suele coincidir con que el cantaor o la cantaora son efectistas, malabaristas de la voz. Mientras más gritos, más aplausos. Si es baile, cuando hay muchos zapatazos o mantonazos. Y en la guitarra, lógicamente, cuando el sonantero pica como un pollo.
El otro día José Luis Ortiz Nuevo arremetía contra la pureza, algo que no es nuevo, porque ya publicó hace años La pureza es un camelo. Para mí, la tan traída y llevada pureza flamenca tiene que ver un poco con eso, con el don. La Niña de los Peines era pura cantara lo que cantara, porque tenía el don. O el Niño de Marchena, Antonio el Bailarín, Sabicas o Camarón de la Isla. ¿Qué más da lo que cantaran, bailaran y tocaran? Una soleá no es pura porque sí, sino porque la cante alguien con pureza. ¿Qué tiene que ver una soleá de Juan Talega con las mezclas? Es que esto es en lo que se siguen basando algunos todavía para decir que el flamenco no es puro, sino el resultado de un mestizaje musical y cultural. Claro que sí. El flamenco y otras muchas artes.
Luego está el asunto económico. ¿Tienen ustedes idea del dinero que se va en pagar a artistas –o lo que sean-, en peñas, festivales o ciclos culturales, que aburren a las piedras? Aquí meto también los concursos. Dinero público, claro. Pues habrá que hacer un verdadero estudio económico.