Vivimos unos tiempos donde el flamenco vuelve a ser objeto de experimentación artística, esto no es nada nuevo, quizá sólo tenga de nuevo que la experimentación ocurre con formas musicales nuevas y de enorme contraste con la música jonda. En casi todas las épocas ha ocurrido esto. Por lo general y con esto de las redes sociales se le está dando demasiada importancia a según qué hechos y artistas por sus controvertidas obras. Los aficionaos malgastan su tiempo en dar una publicidad (indirecta) innecesaria a estos artistas, sin embargo, poco o nada nos preocupamos de reivindicar a los artistas que realmente lo merecen, esos que se echan de menos en las monótonas programaciones que pululan por nuestra Andalucía.
Se acerca la temporada estival y con ella la de festivales, probablemente más de 200 en toda la geografía andaluza. He sido un gran asiduo a ellos, aunque he de confesar que desde hace 4 o 5 años apenas los piso salvo contadas ocasiones. Esto se debe principalmente a dos factores: el primero, en el que no me detendré a argumentar, es el formato, quizás excesivamente maratonianos y ruidosos. Soy partidario de degustar el flamenco de otra manera, aunque esta es otra historia. El segundo factor es el que me lleva a redactar este artículo. Estos festivales a veces resultan monótonos. Soy partidario de que los cantaores de postín colmen los carteles porque son las primeras espadas del flamenco actual, pero me duele como aficionado el olvido casi absoluto que sufren otros grandísimos artistas. A menudo los carteles están compuestos por 1 o 2 figuras y artistas de relleno que honestamente no pueden considerarse profesionales. El contraste a veces es enorme.
Con este artículo sólo pretendo reivindicar a estas figuras, pero no sólo en el ámbito de los festivales veraniegos, sino en general. Resulta aberrante que cantaores de la talla de Juan Villar, Guadiana, Miguel El Rubio, Luis Moneo, Inés Bacán, La Macanita, El Extremeño, Diego El Cabrillero o Morenito de Íllora entre otros se prodiguen tan poco. Esto hablando de veteranos del género, pero hay otro sector fundamental para entender el arte flamenco, el de los festeros, que adolece de espacios donde exhibir una verdad flamenca tan necesaria y por desgracia en vías de extinción. Antaño casi todos los festivales contaban con un nutrido grupo de festeros. Hoy resulta anecdótico encontrar nombres como los de Luis Peña, Javier Heredia o José El Pañero en cartelera, con el incalculable arte que atesoran.
Idéntico caso ocurre con los jóvenes emergentes (algunos ya consolidados y no tan jóvenes) que tienen mucho que decir: Rubio de Pruna, La Fabi, Mari Peña, David de Jacoba, Juanfra Carrasco, El Galli, Antonio Ingueta, Fernando Canela, El Pulga, Manuel Tañé o los benjamines Alonso Purili, Boleco y Manuel de la Tomasa. Podría mentar también figuras del baile que no pueden faltar en ningun festival como Pepe Torres, Carmen Ledesma, Pepa Montes o Milagros Mengibar entre otros tantos.
Lo preocupante de todo ello es ¿por qué pasa esto? ¿En manos de quien está el flamenco? No puedo evitar echar parte de culpa a la afición cabal, al menos a parte de ella. Esos que se dan golpes en el pecho sacando su título universitario de “purista” cuando ven una imagen de un artista desnudo pero que a su vez no se gastan una peseta en flamenco. Para revertir esta situación todo debe mejorar, desde las personas que gestionan el flamenco hasta los que lo consumen. No dejemos de defender lo bueno, no nos olvidemos de los grandes olvidados.
PD
Esto de poner nombres siempre puede resultar molesto, al final sólo se trata de mi visión personal y aun así me he dejado a muchos en el tintero, pero el trasfondo de este escrito es otro. Es alzar a nuestros verdaderos artistas flamencos, darle el valor que merecen, luchar porque estén más presentes y dejar de perder el tiempo denunciando lo intranscendente.
Fotos originales por: Rufo (Juan Villar, Inés Bacán, La Macanita) , Martín Guerrero (Miguel El Rubio), Ágata Sandecor (Luis Moneo, El Extremeño) y otros.
Rufo