Siempre ha ocurrido en la historia del flamenco. Resulta que para hacer flamenco de verdad hay que tener algo, un don, llevarlo en las tripas, sentirlo y amarlo. No pensar en el dinero ni en el éxito, que lo segundo suele llevar a lo primero. Se es o no flamenco no porque un día te levantas y dices que lo vas a ser, sino porque lo eres, porque te identificas con esa manera de ver, sentir y disfrutar de la vida y del arte de la música o la danza, que son una misma cosa, algo casi indivisible en el flamenco.
Los que no están dotados para cantar, bailar o tocar flamenco con arte y pellizco suelen fabricarse su propio flamenco y restarle importancia al duende, el alma, el pellizco o el compás. No tengo nada de eso, pues digo que no existe, que es un rollo macabeo de los flamencólogos o críticos. No puedo cantar por derecho, canto al revés y a ver si cuela que tengo un sello único. Tan único que no me entiende ni Dios, dirán ellos mismos. Sí, pero tengo un sello.
No se puede ser un cantaor medianamente bueno si no te gusta con locura el cante, lo sientes y lo respetas. Es tan tolerante el mundo del flamenco que tienen cabida hasta los malos intérpretes. No se ha dado el caso nunca –o no conozco ningún caso– que hayan echado a un cantaor de este arte por no tener calidad, cantar sin paladar o compás. Hay sitio y público para todos porque, entre otras razones, hay aficionados que chanelan y que no saben y personas exigentes, o nada exigentes.
Hoy hay dos o tres casos llamativos que cantan demasiado porque, entre otras razones, son casos mediáticos. Disculpen que no dé su nombre, aunque todos vais a saber enseguida a quién me refiero. Como es un cantaor pésimo, odia el cante de verdad y trata de destruirlo. No puede, claro, porque no tiene tanto poder como para eso, pero lo intenta y se ha juntado con otros grandes frustrados de la producción para meter ruido. Y cuenta, además, con el apoyo de algunos medios de comunicación que le dieron la espalda hace años al flamenco de verdad para apoyar la mediocridad.
Fenómenos como el de Rosalía los ha habido siempre y cuentan con el apoyo de críticos totalmente desorientados o que quieren ir a contracorriente. Si todos dicen que es mala, la apoyo para llamar la atención y si un día rompe en artista, siempre podré decir que me di cuenta de su calidad antes que nadie. Pero nadie con dos dedos de frente puede decir que esa chiquilla es una buena cantaora, porque no lo es. Es un invento, un producto creado a conciencia para vender discos y entradas. Le quitas toda la parafernalia y se queda en lo que es. Es decir, en nada.
¿Saben por qué está pasando esto y ha pasado en otras épocas? Porque no hay grandes figuras del flamenco que ilusionen a los aficionados y siempre hay quienes aprovechan momentos así para colar cualquier cosa. Al Niño de Elche, por ejemplo, o al hijo de Enrique Morente, que está en todos los potajes flamencos o pretendidamente flamencos, como si fuera un nuevo genio.
La única manera de combatir a toda esta bazofia es apoyando lo bueno, lo que es de verdad flamenco, que lo hay. No hay grandes estrellas o figuras de primera, pero sí buenos artistas que merecen algo más de atención de la que les prestamos. En este arte es muy fácil dar gato por liebre y nos están colando a verdaderos esperpentos como si tuvieran algún valor artístico. No entrar al trapo y apoyar lo que merece la pena, es la única forma de que esto pueda ser reconducido. El flamenco lo merece. El flamenco, digo, no la basura.