Sevilla quiere que la Bienal de Flamenco siga siendo una de sus mejores fuentes de ingresos. Es el evento que más gente de fuera atrae después de la Semana Santa y la Feria de Abril. Por eso interesa, claro, no porque sea un arte que nos represente en el mundo, un arte con historia, que eso ya le interesa menos al Ayuntamiento de la capital andaluza. Lo que conviene es traer a turistas a la ciudad y que gasten euros en restaurantes, hoteles, bares, tabernas, tiendas, etc. Es decir, interesa el negocio, exprimir un arte tan importante para Sevilla, pero al que el Ayuntamiento tiene abandonado.
Es verdad que organiza la Bienal, pero, ¿qué pasa con todo lo demás? O sea, qué pasa con el hecho de que Sevilla no conozca su historia flamenca. Lo he denunciado muchas veces y lo voy a seguir denunciando. Uno de sus hijos más ilustres, el gran Silverio Franconetti Aguilar (Sevilla, 1831-1889), padre de lo que hoy entendemos por flamenco, no tiene ni una maldita peña en la ciudad donde vino al mundo. Nada en la ciudad recuerda que era de aquí, que nació en la Alfalfa, que pasó sus primeros años, de niño, viviendo el ambiente de las academias boleras y que, después de pasar algunos años en Morón, cuando se hizo hombre emprendió una labor que nadie le ha agradecido. Como tampoco se les agradeció a Manuel y Miguel de la Barrera, El Burrero, Ángel Pericet, La Campanera, el Maestro Otero o el Maestro Pérez. Por no hablar de boleras como Petra Cámara o Manuela Perea, sevillanas, que revolucionaron nuestro baile en el XIX por toda Europa y que los sevillanos no tienen ni idea de quiénes fueron.
La historia del flamenco en Sevilla no está escrita y al Ayuntamiento y la Diputación les importa un pimiento. Ninguna editorial actual tiene el más mínimo interés en que se cuente quiénes fueron aquellos pioneros del arte jondo que crearon e hicieron grande esta maravilla que ahora se utiliza para atraer a turistas. En la Bienal vamos a ver cómo se monta el negocio con los restaurantes, las agencias de viajes, los hoteles, los tablaos y las tiendas de souvenirs. Los turistas llegarán a un restaurante y podrán pedir un martinete al ajillo, una malagueña adobada o unas papas por bulerías. Y verán flamencas y flamencos en las calles haciendo el número de la cabra, porque se prestan a todo con tal de estar en la Bienal.
Seguramente habrá rutas guiadas por personas que no tienen idea de nada, que se leerán cuatro libros para decirles a los turistas quién fue El Burrero o dónde perdió la virginidad La Campanera. Los llevarán al puente de Triana para decirles que allí mataron al célebre Canario de Álora y a la calle Pages del Corro, de Triana, para explicarles que aquello era la Cava Nueva o Cava de los Gitanos cuando Silverio andaba por Sudamérica. No les contarán, porque no lo saben, que eso ya se hacía a mediados del XIX. O sea, llevar a turistas para que disfrutaran, mediante pago, del arte de las gitanas y las castellanas con gracia.
Sevilla no tiene un centro de documentación sobre el flamenco. Increíble, pero cierto. Si alguno de esos turistas que van a venir a probar las lentejas por tangos o las albóndigas al cinco por medio pidiera poder ir a un centro para saber algo sobre el flamenco del XIX, ¿qué les dirán? ¿Qué vengan a mi casa o a la de cualquier otro investigador o coleccionista serio?