Es curioso que quienes dicen que el flamenco está muy bien y que hay grandes artistas, estén de acuerdo en que en el Festival Flamenco On Fire, de Pamplona, hayan programado a la cantante local Amaia Romero para, al parecer, llevar público, sobre todo a jóvenes. ¿No hubiera sido mejor llevar a un torero de fama o a un actor de esos que nada más salir a la calle hay desmayos?
No hay nada malo en que esta chica vaya a cantar flamenco o lo que sea, pero este festival tiene un problema si tiene que recurrir a ella para llamar la atención. O programar Tiempo rubato, de Mayte Martín, que no es una obra de flamenco, por el mismo motivo. La línea de este festival es descaradamente comercial y me parece bien porque en Pamplona no hay una gran afición al flamenco puro o clásico, sino a las estrellas de este arte, de ahí que insistan en determinados nombres.
Es algo lógico si quieren llenar los recintos elegidos. Pues nada, si pensamos que llevar a tres mil personas a un festival de flamenco es pecata minuta y hay que llevar tres veces más, adelante con los faroles. Pongan a cantar a Jesulín de Ubrique o a bailar a David Bisbal, y problema resuelto. Que Guadiana no lleva a dos mil personas, pónganle de telonero a Alejandro Sanz.
Que una seguiriya es para una minoría, pues que en los festivales de flamenco se canten canciones de moda de artistas de éxito. Llevemos payasos, bomberos toreros, peleas de gallos, charlotadas, magos, etc. Lo que haga falta. Y cuidado con criticar lo que hagan en Pamplona, porque a lo mejor no te llevan nunca a dar una charla.
El flamenco lo tiene crudo. Quiero decir el flamenco, no el flamenquito o el flamenquillo, que a esos les va bien. Sí, porque se está quedando sin gente que dé la cara por él. Algunos hablan incluso de que hay que acabar con el festival tradicional de cante, baile y toque, porque es algo obsoleto. Vale, acabemos con los festivales. Pero, ¿para qué y por qué?
El pasado mes de julio estuve en el Festival de Conil de la Frontera y unas mil trescientas personas, entre ellas muchos jóvenes, disfrutaron de lo lindo con María Terremoto, Jesús Méndez, Rancapino Chico y Caracolillo de Cádiz. Podrían haber entrado diez mil personas, pero había solo 1.300 entradas. Es un festival privado, sin financiación pública, y ni se ganó ni se perdió dinero. ¿Por qué hay que acabar con festivales así? Es que no lo entiendo.
El flamenco es ahora mismo el coño de la Bernarda. Los grandes festivales están perdiendo el norte con los malditos complejos y programan a cantantes de éxito para llenar los recintos. No les valen ya conciertos para doscientas personas, sino para cinco o seis mil. Estamos en una rutina insoportable y solo se puede salir der ella apostando por el verdadero flamenco.