…Continuación de En días pares (I)
Existe en los últimos años una nueva hornada de médico-críticos que aun demostrando que no son expertos en la materia ni tampoco presumir de que lo son, sus méritos pasan por escribir en los medios nacionales e internacionales de mayor prestigio. El gran mérito de estos es provocar y promover el flamenco de una forma directa, sencilla, sin tecnicismos en lo jondo pero con un interés mediático sin precedentes. La otra cara de la moneda viene cuando, autocoaccionados por la falta de conocimiento flamenco, dan por válido todo aquello que suena a flamenco aún sin serlo amparándose en que el siglo XXI es el de la evolución de la pureza sin saber que la pureza está la vanguardia del flamenco. ¡Ojo! Pero bien entendida, que después no venga nadie a la consulta a protestar a este otro médico porque no le ha diagnosticado bien un refree-ado.
¿Sería conveniente un congreso en el que se invite a todos los actores para demostrar conocimientos?- Si al crítico flamenco se le exigen unos conocimientos por parte de los artistas y se le critica cuando uno no está de acuerdo con sus palabras, ¿por qué no se le exige al artista lo mismo?- No existe un título oficial de crítico o experto en flamenco, pero paradójicamente sí existe titulación oficial de cante, baile y toque. ¿Por qué no se les exige en la misma medida un título oficial a los que suben al escenario?- La respuesta más común suele ser que el flamenco no se aprende de forma reglada (tremenda estupidez) y que la esencia del flamenco más ‘puro’ no se aprende en las academias. ¿Y el de crítico sí? ¿Qué días está abierta la academia de críticos? ¿Los mismos que la de los artistas? ¿Son los pares o los impares?
No olvidemos que nos queda ese otro caso, un ramal dentro de este árbol jondo. Es el del paciente cuyo nivel de conocimiento en la medicina flamenca es escaso. No se le suele ver en las consultas internacionales, en los grandes escenarios. Simplemente porque su nivel no llega. Y eso no es malo. Habrá quien lo tilde de hipocondríaco o quien de neurótico. Pero es que no todos están hechos para pasar por la consulta del doctor Bohórquez, del doctor Jiménez Díaz o del catedrático doctor González entre tantos otros grandes profesionales. En esos casos, el diagnóstico puede ser demoledor. El paciente podrá o no estar de acuerdo en lo que le digan, pero con cuasi-seguridad lo que se diga en esa consulta-tribuna estará argumentado y fundamentado en el DSM-IV flamenco.
Se nos escapa, por último, los que mandan. Son los que compran entradas para ir a ver flamenco. Del bueno y del menos bueno. A esos no se les exige que sepan hacer compás, tocar la guitarra o tener un título oficial de crítico ni tan siquiera un título oficial de público. Porque estos son los soberanos, los que hacen que la industria funcione. Y de esos es mejor no opinar ni abierta ni públicamente. Porque opinar de ellos puede ser provocar una enfermedad degenerativa e irreversible. No conozco ningún caso en el que un artista se haya quejado de que el grosso de los asistentes a sus espectáculos no hayan aplaudido con más ímpetu o no se hayan puesto de pie, algo demasiado gratuito, como comentaba recientemente Silvia Cruz en su artículo ‘Inflación de ovaciones’, publicado en el diario de Jerez (3/3/2018). Sólo que me queda preguntarme a mí mismo, ¿en cuál de esos días he decidido escribir este artículo? Iré al médico. Él lo debe saber.