Llego a la conclusión de que es en esos días cuando los flamencos no están de acuerdo con el propio flamenco. Con ahínco esperamos los impares en los que el bipolarismo jondo hace acto de presencia y todo cambia, todo fluye, todo es de color de rosa, todo es puro y todos son/somos buenos.
Como si de un ciclo hormonal se tratase, en este mundillo, como supongo que pasará en muchas otras disciplinas artísticas, estamos expuestos todos los que de una u otra forma nos dedicamos a alguna sección del flamenco, a la crítica de todas las demás secciones. Y es muy sano que sea así; siempre y cuando la justificación de las intenciones mostradas por el contrario estén fundamentadas y no se hagan desde la envidia o el argumento ramplón del ‘ese no sabe hacer compás’.
Una de las peores enfermedades diagnosticadas por catedráticos de lo jondo, médicos expertos del compás y neurocirujanos de lo puro -todos ellos titulados por un periódico, un escenario o un tablao que tienen el don de la sabiduría axiomática-, es la falta de asertividad. Un término muy utilizado en Psicología que debiera de estudiarse en los conservatorios médico-flamencos.
Entiendo que forma parte intrínseca de todo esto esta palabra junto con la de ‘empatía’ pues si no, no se entienden las diferentes posturas a la hora de opinar sobre todos los que trabajan alrededor del flamenco. Esos opinaores no son sólo los que se dedican a la crítica especializada ¡Válgame Undibé! Esos opinaoressomos todos, desde el artista que empieza su carrera y comienza a conocer los submundos que cohesionan entre sí hasta el que se cree que está por encima del bien y del mal, ya fuere artista, crítico, director de un gran festival, influencer, etc. Porque España y por defecto Andalucía, es tierra de opinaores, sabios máximos con autoridad suficiente para ejercer y sentenciar como premisa aquello que crea sin que nadie se atreva a discutirles una coma. Y entre esa pléyade de pacientes diagnosticados, nos encontramos todo tipo de enfermedades/enfermos cuyo tratamiento no aparece en los libros. Pero debería. Veamos.
Está el caso del artista que se considera amigo íntimo del médico-crítico flamenco. Ese amigo al que adora, al que pregunta sibilinamente cuando tiene una duda de cante (baile o toque) buscando una respuesta certera para aplicar en el escenario y/o estudiar a conciencia: ¡Si lo ha dicho mi ‘médico’ el doctor Martín es así porque sabe de esto!- Ahora bien, que no se le ocurra a tu médico diagnosticarte un mal día (seguramente en día impar) en el escenario porque entonces las hormonas resurgen como el Ave Fénix y ahora no es que no sepa de medicina, es que ni siquiera sabe llevar el compás por tangos al estilo sístole-diástole, ¡con lo fácil que es!. Y la segunda parte viene cuando el artista le da la palmadita en la espalda a su médico pero lleva escondida en la manga el cuchillo afilado que utiliza nada más darle la espalda. Ojana, dicen que se llama. O día impar.
En el orden contrario de cosas nos encontramos la antítesis, permítase la redundancia. Un médico que en muchas ocasiones, sin titulación de la Universidad Autónoma de CBT (cante, baile y toque) está llamado a ser un referente de la neurociencia periodística. Sus logros pasan por no hablar mal de naide, por ser condescendiente con tod@s los que suben al escenario. Su sueldo será, aunque no en euros, elevado en trascendencia mediática. Serán los propios interesados quienes publiciten sus artículos/críticas con las bondades que han dicho de ellos. A estos neurocirujanos nadie les exige que sepan hacer compás. No hace falta. Escriben sólo en días pares.
Continúa: En días pares (II)
Antonio Conde González-Carrascosa