No lo he visto aún en directo, pero lo veré pronto. Hace algún tiempo lo vi cantar y bailar en un vídeo y me quedé patidifuso. No puede ser, me dije, que un chaval tenga ese arte y parezca mucho mayor cuando se levanta y se da una vuelta o una pataíta por bulerías. Lo normal sería que le gustaran Camarón o Morente y que diera ojana, pero no, le gusta Perico el Pañero y cuando canta se acuerda de lo que han vivido sus antepasados, el cante gitano. O gitano-andaluz, que diría Antonio Mairena. Y esto, claro, es un milagro de nuestro tiempo, con los jóvenes tan distraídos. No lo digo por los que se miran en el espejo de Morente o Camarón, que ahí me he mirado yo también y no solo a la hora de querer cantar, sino de sentir el cante. Lo digo por los que aún no se han acercado al flamenco porque les suena a algo de sus abuelos, anacrónico, como viejo. Y me gusta Alonso Núñez, El Purili, precisamente por eso, porque lo ha mamado de sus mayores y de personas de fuera de su familia con los que se junta en reuniones de cabales.
Esa manera que tiene el chaval de La Línea de la Concepción de cantar y bailar, en la línea de Anzonini, Paco Valdepeñas, Miguel Funi o Antonio Mairena –el mairenero era un bailaor colosal–, aunque ha habido muchos más. Pero cada vez menos, y menos aún jóvenes como El Purili. Hay que ser justos y citar a sevillanos como Luis Peña y Javier Heredia, que llevan años defendiendo y practicando esa escuela sin que les echen mucha cuenta, esa es la verdad. Quizá sea Perico el Pañero, de Algeciras, quien está llamando la atención sobre esta manera de hacer flamenco. Y su hermano José. Son artistas de una gran pureza, entendida como autenticidad y sinceridad, no como falta de mezcla. Que a estas alturas de mi vida sé muy bien lo que es la pureza en el cante.
El Purili es un adolescente y no sabemos muy bien hacia dónde puede tirar en el futuro, pero creo que no se va a desviar mucho del camino que ha elegido porque se le ve en la cara, cuando canta y baila, que es lo que le gusta y lo que siente. Es digno de ver ese vídeo que circula por las redes en el que canta El Pañero y él le sale al encuentro como embrujado, embriagado del arte de su maestro. Por eso creo que no se va a ir nunca de esa magia, porque es lo que le duele. Hablas con él, como hice ayer mismo para escribir este artículo, y te quedas asombrado de lo claro que tiene qué es el flamenco, en general, y qué el cante gitano en particular. Tiene 17 años y parece que tiene cincuenta, con una sabiduría impropia de un adolescente. Pero es que nació en una familia en la que todos son flamencos, aunque no de escenario. El Rubio de Pruna es primo hermano de su padre. Y su bisabuelo, según él mismo, era un gran cantaor, pero no de escenario.
Cuando escucho hablar a este chaval y veo a esos artistas que van dando ojana para ganar dinero, me pongo de mal humor y reniego de muchas cosas. El flamenco, ese flamenco que hace El Purili, es un legado y hay que cuidarlo. Que cada uno cante como sepa y le dé la gana, pero sin malvender o estropear ese legado, un tesoro que tenemos en Andalucía y que a veces no somos conscientes de su importancia.
Y no lo digo solo por esas maneras del chaval de La Línea, sino por quienes hacen una malagueña de Chacón, la destrozan y no se saben ni la letra. También una malagueña de Chacón es un legado importante, aunque cierto escritor jerezano le llamara coplero a su paisano.
El Purili es un tesoro de este tiempo y quienes tenemos la obligación de velar por el arte jondo debemos prestarle la debida atención. No para que gane dinero con la promoción que le podamos hacer, aunque sea legítimo, sino para que otros jóvenes sigan su camino.