Una cosa es saber de flamenco y otra muy distinta aparentar que se sabe, que es muy fácil. Hay que partir de la base de que nadie lo sabe todo sobre un arte tan extenso como complejo. Unos nos hemos especializado en los artistas, como es mi caso, otros en las coplas y muchos en el aspecto musical. Luego están los del postureo, eso que un día te dicen: “La que cantaba bien era la Tía Bolola”, y a lo mejor no la ha escuchado jamás. Pero queda bien.
Decir, por ejemplo, cómo cantaba Chacón, es algo que ya se escucha poco, pero que se solía decir cuando aún no había reconstrucciones técnicas de sus discos de pizarra y solo tenían sus cantes algunos celosos coleccionistas. Decías qué bien cantaba Chacón y quedabas como Dios ante los parroquianos de la cantelogía. O cómo tocaba la guitarra Diego del Gastor, del que no había casi nada en el mercado. Y también era muy frecuente escuchar decir que el que cantaba bien era Curro Mairena, no su hermano Antonio. “¡Curro canta más gitano!”, decían, como si Antonio Mairena fuera Angelillo.
En las redes sociales hay cientos de estos flamencólogos del postureo, que dejan joyas como: “A ver cuándo se reeditan los discos de pizarra de El Portugués”, sin especificar si se trataba de Antonio Silva Estrada El Portugués, que no grabó discos, o de Ramón el Portugués, que tampoco registró nada en pizarra y que es un cantaor actual. Es como los que hablan de Tío Luis el de la Juliana, Miracielos o José Cantoral porque lo han leído en un libro, sin tener ni idea de quiénes fueron estos pioneros del arte jondo. A veces le ponen por delante lo de tío, porque eso da más credibilidad. Por ejemplo, el Tío Manuel Morao o la Tía Juana la del Pipa.
Es verdad que es algo normal entre los gitanos llamarse tíos o primos, pero lo utilizan también los gachés para aparentar una familiaridad o una gitanería que en realidad no tienen. O sea, postureo. Soy coleccionista de carteles de todas las épocas y jamás he visto ninguno donde ponga el Tío Manuel Torres o el Tío Juan Mojama. Algo más atrás en el tiempo existió Tío José el Granaíno, y más recientemente, Tío José de Paula o el Tío Mollino. ¡Lo bien que queda decir que te gusta el Tío Mollino!
Está también el peñero de toda la vida, ese que se pone un traje los fines de semana porque va a cantar en su peña el primo José el de la Tomasa y se echa fotos con él para al día siguiente ir a la oficina o a la fábrica presumiendo de que ha estado comiendo en el mismo plato con su pariente el Tomasa. Porque si le llama primo o tío, es que son parientes, ¿no? El peñero es un personaje muy peculiar. A Enrique Morente –casi se me escapa lo de Tío Enrique Morente– le interesaron mucho los peñeros, no por lo que aportan al flamenco sino por estas cosas que estamos comentando. Le hacían sobre todo gracia.
Me contó que un día se presentó uno de Córdoba en su piso de Madrid, en el Rastro, para contratarlo y que le llevó una caja de melones. “Pagarte no te podemos pagar, pero melones no te van a faltar”. Me contó Enrique que cuando fue a cantar a la peña vio todas las fotos enmarcadas que se había hecho con el peñero, colgadas en la peña, y que cuando se subió al escenario para presentarlo, lo hizo de esta manera: “Mi viejo amigo Enrique Morente ha venido a cantar a cambio de una caja de melones, y eso dice mucho de él”. Y me aseguró el maestro que no le conocía de nada.
Por último, está el polemista de las redes sociales, que antes de existir internet solía mandar cartas a los periódicos. Es el clásico flamencólogo de mercadillo que presume de tener cilindros de El Planeta y María Borrico y que al final solo tiene varios cientos de cintas y de vinilos en mal estado. Es un personaje al que Morente bautizó como flamencólico, en una genialidad más del maestro. No aportan gran cosa, pero dan mucho el coñazo en Facebook y Twitter.