Las distintas escuelas del flamenco, del cante, el baile y el toque, se formaron en el XIX por el trasiego de los artistas de cada una de las provincias andaluzas. Sevilla no es malagueñera por casualidad, sino porque llegaron grandes malagueñeros de Málaga a sus cafés cantantes, como El Canario y El Perote de Álora, y más tarde dos genios como fueron Chacón y Fosforito, cada uno con una malagueña distinta, que rivalizaron en Sevilla en el último tercio del citado siglo. Sin olvidar a Juan Breva, La Trini y La Rubia. Cómo entender Triana sin los cantaores de Cádiz que se afincaron allí o que frecuentaron mucho el viejo arrabal sevillano, como fueron El Planeta, Frasco el Colorao, El Fillo, Curro Pabla, Tomás el Nitri, María Borrico, La Sarneta o Frijones.
En el baile ocurrió lo mismo. Sevilla era ya la Meca del baile en la primera mitad del XIX, con el reinado de boleras y boleros de fama internacional, pero cuando Silverio y El Burrero comenzaron su labor en los cafés cantantes, además de Juan de Dios Jiménez, el hijo de Juan de Dios El Isleño, que dirigió El Filarmónico, comenzaron a llegar bailaoras gaditanas como Rosario la Mejorana, Gabriela Ortega, las Coquineras del Puerto, La Malena y La Macarrona, además de bailaores como El Raspao y Ramírez, para que se creara la famosa escuela sevillana del baile, que ya existía, aunque en la etapa bolera o preflamenca.
En la guitarra, la clave de su rica escuela está en un artista del que se ha escrito muy poco hasta ahora, Paco el Barbero. Ni siquiera se sabía de dónde era, hasta que llevamos a cabo una investigación hace algún tiempo y descubrimos que era sanluqueño. Llegó a Sevilla en 1881, cuando Silverio abrió su café cantante de la calle Rosario, se afincó en esta ciudad y tuvo una academia por San Esteban, además de un tabanco flamenco en la calle Plata, en la Campana, donde Manuel de la Barrera y su discípula predilecta, La Campanera, tuvieron una academia de baile unos años antes.
Sevilla era una ciudad de cantaores y bailaores, pero no de muchos guitarristas. El Maestro Pérez y el Maestro Robles fueron los más destacados en la etapa de los cafés, y otros como Monterito y Baldomero Ojeda. La llegada, pues, de Paco el Barbero, y más tarde de los jerezanos Antonio Sol y Javier Molina, se nos antoja fundamental para la llamada escuela sevillana del toque. Antonio Moreno era cordobés, aunque criado en Sevilla, y Currito el de la Jeroma, de Jerez, aunque también llegó a la capital andaluza siendo adolescente y fue donde vivió hasta su muerte. Cuando nació el Niño Ricardo, en 1904, Sevilla era ya una potencia no solo en la industria de la guitarra, con guitarreros de fama mundial, sino de buenos guitarristas.
Desde hace unos años, el trasiego de artistas flamencos de las distintas provincias está dando como resultado un flamenco globalizado y francamente rico. Hay una nueva generación de artistas en las tres facetas, el cante, el baile y el toque, que son de distintas provincias andaluzas. ¿Han caído ya en la gran cantidad de artistas que está aportando Huelva, cantaoras como Argentina y Rocío Márquez y cantaores como Arcángel, Jeromo Segura y Jesús Corbacho? No son fandangueros, como en otras épocas, sino intérpretes muy largos que dominan los cantes de Cádiz o Jerez, Córdoba o Málaga.
Soy un pesimista por naturaleza, pero hay en la actualidad una nómina de estupendos artistas en las tres facetas, que van a llevar hacia adelante este arte. Es lógico que echemos de menos a las grandes figuras que se han ido en poco tiempo, algo que ha ocurrido siempre y que seguirá pasando. Pero siempre llega el relevo, tarde o temprano, y el flamenco cuenta ahora mismo con una cantera muy importante. No me refiero ya a esos nombres nuevos que están en la mente de todos, sino a artistas más jóvenes, cantaores nuevos como El Boleco, El Purili y Manuel de la Tomasa, y otros y otras que empujan.
El trasiego sigue y el flamenco se refresca.