De unos años acá, se han puesto de moda en España y en otros países las academias de cante, baile y toque. Las clases magistrales de cualquier materia flamenca, los doctorados en flamencología, los cursos especializados en compás flamenco, así como una ingente retahíla de talleres y otras prácticas semejantes, encaminadas a establecer unas reglas o normas precisas y objetivas que, según parece, pretenden enseñar a la nueva afición el único y legítimo flamenco posible.
Algunos podemos pensar que se pretende consolidar un modelo específico de flamenco como «exclusivo, genuino, veraz y «puro». Otros tememos que se esté institucionalizando la enseñanza reglada sobre algo sobre lo que no existe el más mínimo consenso en casi nada.
Por ejemplo, sabiendo como sabemos hoy de la poca veracidad de las noticias que nos han llegado y de las que cada día se está demostrando su desproporcionado sesgo y lo excesivo de su fantasía, ¿qué podemos decir en cuanto a la formación de los formadores que se basan en esa parte de la historia? Sobre las materias a impartir, ¿quién las establecería, con qué criterios a valorar y en función de qué principios: literarios, artísticos, musicales, estéticos, documentales? ¿Quién daría orden lógico a un temario no arbitrario, coherente y que pueda ser a la vez verosímil, didáctico y pedagógico? Todo esto sin tener en cuenta la capacitación real de los tribunales examinadores, cuya misión sería la de puntuar los nuevos alumnos del flamenco de la era cibernética. O sea, demasiadas dudas para una disciplina docente que ya se ejerce y se anuncia a bombo y platillo en muchas páginas web de flamenco. Por supuesto que pasando por caja. Pureza sí, pero de pago. Legítimo sí, pero con matices. ¿Es más legítimo que imparta un máster un profesor doctorado en flamenco, sin experiencia artística personal, que un profesional del cante, la guitarra o el baile por no tener titulación?
«En esta nueva modalidad de aprender el flamenco en las aulas con aire acondicionado, ¿dónde queda la vivencia personal? ¿El hambre, la necesidad de salir de abajo, la intuición, la imaginación, el talento?»
Otras mentes mal pensantes, con o sin razón, imaginarán que toda esta corriente de flamencodocencia, como de pasada, parece que pretendiera evitar que nadie tenga malas tentaciones y se le vaya a ocurrir deslegitimar a algunos tótems sagrados.
Dejando de un lado estas espinosas cuestiones, tan necesarias de consensuar antes de iniciar un asunto tan delicado, me planteo lo siguiente. En esta nueva modalidad de aprender el flamenco en las aulas con aire acondicionado, Youtube, vídeos, tablets, un coche en la puerta y escasa necesidad, ¿dónde queda la vivencia personal? ¿El hambre, la necesidad de salir de abajo, la intuición, la imaginación, el talento, la malicia, la gracia, la picardía, el mimetismo, la improvisación o la inventiva propia? Es decir, la personalidad, condicionada por el medio social y el genético.
El flamenco es un arte inventado desde lo más hondo del alma y del cuerpo, y rebosa por todos lados esas vivencias específicas a las que hago alusión. Desde el amor más maravilloso al odio más intenso. Desde el gozo del placer y de la vida a la más trágica de las muertes. Desde el ateísmo más profundo a la creencia más fervorosa. Todo, todo lo ha condicionado.
Hasta donde alcanzo a saber, en el único cuadro académico de honores y en la única escuela que estuvieron Silverio, Juan Breva, Chacón, Manuel Torres, La Niña de Los Peines, Tomás Pavón, Manuel Vallejo, El Niño de Marchena, El Gloria, Manolo Caracol, Antonio Mairena, Pericón, Juanito Valderrama, Terremoto, Fosforito, La Perla, Camarón y quinientos más que no menciono, fue la de la Universidad del hambre y la miseria, la de la pobreza y el talento, de la creatividad, de la personalidad propia, la singularidad y todas sus circunstancias, como factor necesario del que el mundo flamenco se ha apropiado y enriquecido.
«El flamenco reglado, los másteres, los talleres, la docencia flamenca en general, tiene muchas asignaturas pendientes y muchas cuitas propias que resolver»
La mayoría de ellos no tuvieron siquiera la oportunidad de ir a una escuela a aprender a leer y escribir. Sin embargo, ellos, desde su analfabetismo, desde sus vivencias más íntimas, crearon el flamenco que ahora conocemos. Ellos, gitanos y gachés, desde su arte y desde su hambre, desde su envidia y desde su fantasía, sin que nadie les dijera a qué modelo debían seguir o a cuál no. Sin que le enseñara el compás ningún reloj ni ordenador. Sin que le sometiera a examen nadie que no fuera su público y su autovaloración.
Por eso creo que el flamenco reglado, los másteres, los talleres, la docencia flamenca en general, tiene muchas asignaturas pendientes y muchas cuitas propias que resolver antes de intentar impartir a los demás, como si se tratara de una disciplina consolidada e incuestionable, lo que de natural viene siendo un auténtico maremágnum, una Torre de Babel multicultural, una auténtica maraña. Un laberinto del que primero hay que aprender a salir, para así poder enseñárselo a otros.