Entradas agotadas en el XXVII Festival de la Yerbabuena de Las Cabezas de San Juan. En el pueblo se respiraba el olor de esta hierba aromática tan sólo bajarte del coche, pues hasta los agentes de seguridad de la puerta tenían colocada en la solapa de sus uniformes una matita para celebrar esta fiesta del pueblo, para el pueblo. «Cinco euritos, na má», decía en la puerta una de las amables señoras que vendían las entradas del festival que se celebró el pasado viernes, noche del 6 de julio, en la plaza del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Gente de Lebrija, de Utrera, del Cuervo, de Jerez… y otros aficionados de pueblos colindante se reunieron para disfrutar del cante, del baile y del toque que expusieron los artistas del cartel, mayoritariamente jerezanos. Realmente se reconocía que el nivel era alto, superando al de las últimas ediciones. El artista que recibió la Yerbabuena de Plata fue el pintor Fernando Bravo, que contó con la presentación del «profesor» Juan Manuel Suárez Japón. Manuel Curao estuvo en las tareas de presentación del festival en sí, de cada uno de los participantes, dando la bienvenida a los asistentes y dejando al primero de la terna, Manuel Cordero. El artista local contó con la guitarra del Niño del Fraile, y comenzó por peteneras. Ahí, sin miedo a la superstición flamenca. Concluyó por fandangos una actuación aplaudida por los suyos y que arrancó los primeros jaleos del respetable.
Y llegó Tomasa como un vendaval de voz quebrada por la emoción y las actitudes de los tiempos de gloria de los festivales. Llena el escenario como pocas y su registro se amolda a lo que se proponga, desde los tientos y tangos a la soleá y la malagueña. La guitarra de Antonio Higuero resultó ser inquebrantable, sólida y a la altura de los mejores, con sabor y quietud, como un torero de arte. La Macanita, que llegaba siendo triunfadora del Potaje de Utrera, resolvió la actuación por bulerías, con Jerez en el sentío y con las palmas de Chicharito, Macano y José Rubichi. La de Santiago no deja de crecer, aún estando en lo más alto. No desaprovecha oportunidad para dejar sin aliento al que la contempla, pues su estampa ya se ha convertido en icono de las grandes mujeres del cante. Público en pie, como de costumbre.
Pronto salió Miguel Flores Quirós ‘Capullo de Jerez’. Acostumbrado a cerrar los grandes festivales, no tardó en subir al escenario con ese aire rockero que mueve a los jóvenes, gusta a los niños, y recuerda a los viejos. Siempre que Capullo quiere, pone bocabajo la plaza. Tiene carisma, capacidad de atracción, transmisión y una personalidad sin igual. Perteneciente a esa generación de diamante del cante jerezano, que ya echa en falta a otros como ‘El Torta’, Luis de la Pica, Diego Rubichi o Manuel Moneo, comenzó su actuación por bulerías para escuchar, con el toque de Manuel Jero, uno de los más aplaudidos de la noche. ¡Qué derroche de pulgar! Compenetración y complicidad entre el cantaor y el guitarrista, y entre José Peña y José Rubichi, en palmas y percusión. «Quien no cante con éste no sabe cantar», aseguró refiriéndose al guitarrista. Los fandangos gustaron, y los tangos hicieron bailar a más de uno de por allí. Alrededor del escenario se agolparon decenas de personas que buscaban la fiesta con las letras de Capullo. Terminó, como los buenos jerezanos, por bulerías, sin dejar de acordarse de Paco de Lucía «el mejor de tó los tiempos», de los programas basuras de Telecinco y de Sergio Ramos y el «hala Madrid». Revolucionario, como siempre.
Entonces llegó el acto protocolario y descanso, un poco largo para que el siguiente en salir pudiera remontar. Pero Jesús Méndez no le teme a los temporales y sin miedo, sin ningún consejo de los más rítmicos, se introdujo en el apasionante mundo de la seguiriya y su eco poderoso despertó las memorias del ayer. Con el genial Manuel Valencia, a la guitarra, y las palmas de Diego Montoya y Manuel Salado, puso aquello en órbita porque el que tiene el duro es el que lo cambia, y Jesús ha demostrado ser un artista redondo, que canta comunicando porque no hay más verdad que la que uno saca del alma. Las alegrías sirvieron para templar, no por ello estuvieron exenta de compás y aire. También se acordó de su tierra en las bulerías para escuchar, y en las bulerías del final. El público que aún quedaba, porque parte se fue con el descanso, valoró de forma generosa a Méndez, que llevó hasta Las Cabezas el surco marinero de La Plazuela.
Tras la ovación a Jesús, que no se fue sin una fandango dedicado a Rafael de Paula, otras tantas personas decidieron abandonar la plaza. Puede decirse ya que los festivales largo cada vez gustan menos, y este no lo fue en exceso, pero pasando las tres horas en una silla son pocos los que lo aguantan. Los buenos aficionados sabían que debían quedarse para disfrutar de la furia de Manuela Carpio, quien estuvo soberbia en las alegrías y la soleá, y, cómo no, en las bulerías. También cantó, porque ella es todopoderosa. Esta matriarca del baile jerezano estuvo acompañado de Manuel Tañé, el mejor de ellos en esa noche, ‘El Pulga’ y María Vizárraga, y de la guitarra de Juan Diego Mateos, a gran altura. Palmas de Iván Carpio e Israel de Juanillorro. Tres trajes, tres. Una actuación completa para la que un día prefirió dedicarse a su academia y que vuelve a los escenarios tras algunos triunfos sonados en los últimos años en escenarios tan importantes como el Teatro Villamarta. Su madurez le da seguridad, y le permite disfrutar tanto en el escenario que el que está al otro lado lo percibe. De pies estuvo descomunal y supo pasearse como las grandes. Eran más de las tres de la mañana cuando salimos de allí, y aún olía a yerbabuena.