Hace unos días, volví de Francia donde he asistido a la vigésimo octava edición del Festival Flamenco de Nimes que tiene lugar cada año en enero. No puedo decir que he sido testigo de la evolución de este evento desde su juventud hasta su consagración como uno de los grandes festivales flamencos del mundo, pero el haber presenciado catorce ediciones de veintiocho proporciona una perspectiva para comprender el proyecto, y la fascinación francesa con la cultura al sur de los Pirineos.
La ciudad en sí es rica en historia, con un anfiteatro romano del año 27 AC, todavía usado para corridas de toros (tomad nota), y un bellísimo y bien mantenido templo romano, entre otros monumentos.
Ya en el siglo XVII, pintores españoles como Velázquez, El Greco o Murillo eran muy admirados en Francia, y para el XVIII, el toma y daca cultural entre Francia y España estaba asentando los comienzos del baile flamenco. En medio del siglo XIX, el concepto de la mujer española como femme fatale tomó forma en la imaginación del francés Prosper Mérimée, autor de “Carmen”, y unos años más tarde, el periodista viajero, también francés, Charles Davillier, escribió su sorprendente crónica, “Viaje por España”, con los soberbios dibujos de Gustave Doré, de escenas típicas, incluyendo a menudo imágenes de individuos cantando, bailando o tocando la guitarra.
Este intenso interés por lo español, combinado con la sensibilidad cultural francesa y su aprecio por las manifestaciones vanguardistas, conduce de forma natural a la incuestionable relevancia del Festival Flamenco de Nimes. El flamenco se siente como componente natural del paisaje en esta ciudad. Gracias a los muchos intérpretes jerezanos que han actuado en el evento, la ciudad se llama cariñosamente “el Jerez del norte”, y de hecho, hace unos años los jerezanos Diego Carrasco y Tomasito fueron galardonados con las llaves de la ciudad.
El programa siempre presenta una selección excelente de flamenco tradicional y contemporáneo – sería difícil nombrar a cualquier figura del flamenco que no haya pisado los escenarios de este Festival – además de una amplia variedad de actividades paralelas. Este año, la perspectiva moderna fue brillantemente cubierta por Andrés Marín con su versión conceptual urbana de “Don Quixote”, y el trabajo más reciente de Israel Galván, “La Fiesta”. Aunque no pude asistir a la obra de Marín, me hablaron muy bien de ella. La creación de Galván, resultó ser una de sus más interesantes…y controvertidas. El hombre que despeinó a la afición hace años cuando bailó dentro de un ataúd, o con su obra acerca del Holocausto, ha encontrado nuevas maneras de volcar el tablero de juego. “La Fiesta”, un título medio chistoso que hizo pensar a los más inocentes que iban a ver una fiesta flamenca al uso, es como vislumbrar una institución psiquiátrica donde cada individuo maneja su particular obsesión de diversas maneras, incluyendo el segmento, ahora famoso, en el que el Niño de Elche se baja los pantalones y finge defecar, u ofrece una representación igualmente sorprendente de estar pariendo. Flamenco convencional, sólo unos breves destellos y arranques falsos para referenciar el blanco. Los espectáculos de Galván necesitan ser vistos, no descritos.
Rafael Riqueni dio un espectacular recital de guitarra, y el resto de la semana, el cante flamenco clásico fue ofrecido en un pulido recital del jerezano David Carpio, con la privilegiada colaboración del bailaor Manuel Liñán, guitarrista Manuel Valencia y bajista, Pablo Martín. También de Jerez, el cantaor Luis Moneo compartió recital con Antonio Reyes de Chiclana, dos maneras muy diferentes de expresar el cante que se complementaron bien. Mari Peña de Utrera interpretó temas de su nueva y primera grabación en un concierto en el teatro de Nimes con su esposo Antonio Moya a la guitarra, y bailaora Carmen Ledesma, además de violinista (Faiçal Kourrich), pianista (Pedro Ricardo Miño) y palmeros (Rocío del Turronero y Juan Amaya).
Otras participaciones notables fueron las del bailaor David Coria, cantaores Pepe de Pura y Fabiola, y la presentación de un grupo grande de Extremadura, una región flamenca que ha encontrado un espacio amigo en Nimes desde hace seis años.